jueves, 24 de enero de 2013

Salmo 17


Salmo 17 – Me liberó porque me ama

+ En este Salmo, el rey expresa su reconocimiento al Señor por la victoria alcanzada. El estilo es altamente poético y las ideas se van expresando con un amplio despliegue de imágenes.
+ Al comienzo, se acumulan epítetos que presentan al Señor como un refugio inexpugnable para sus fieles (vs. 2-3).
+ La amenaza del enemigo se describe como una irrupción de las fuerzas del caos y de la muerte (vs. 5-6).
+ La intervención del Señor está descrita como una teofanía, en la que participan y se conmueven todas las fuerzas de la naturaleza (vs. 8-16).

1. CON ISRAEL
La acción de gracias de un Rey de Israel. El país estaba en extremo peligro: los enemigos amenazaban... Aparecía la muerte... Los "lazos mortales me rodeaban"... El pueblo de Israel quizá, iba a desaparecer. El rey (se habla aquí de David) se puso al frente de sus ejércitos y logró la victoria. Ahora, celebrando la reciente victoria, sube al Templo para ofrecer un "sacrificio de acción de gracias", y cumplir un voto que él había hecho en el momento de peligro.

2. CON JESÚS
"Te amo, Señor... Mi fuerza... Mi peña... Mi fortaleza... Mi liberador... Mi Dios... Mi roca... Mi escudo... Mi armadura de salvación... Mi ciudadela...". ¡Palabras ardientes de amor! Letanía amorosa de nombres que se dan cuando se ama. No suavicemos la fuerza de estos "posesivos" admirables: "mi roca, mi escudo...".

3. CON NUESTRO TIEMPO
¿Quién de entre nosotros no está oprimido por la enfermedad, el pecado, la muerte, la perversidad y el egoísmo, duras limitaciones, injusticias personales y colectivas? No dudemos un momento, recitemos este salmo: "persigo a mis enemigos en retirada, extermino a mis rivales... Se rinden...". No nos contentemos con exclamar esta oración en el fondo del corazón: combatamos con Jesús, hasta el día en que "no habrá más lágrimas, ni duelo, ni sufrimiento, ni pecado...".

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos. Entonces tembló y retembló la tierra, vacilaron los cimientos de los montes, sacudidos por su cólera; de su nariz se alzaba una humareda, de su boca un fuego voraz, y lanzaba carbones ardiendo. Inclinó el cielo y bajó con nubarrones debajo de sus pies; volaba a caballo de un querubín cerniéndose sobre las alas del viento, envuelto en un manto de oscuridad; como un toldo, lo rodeaban oscuro aguacero y nubes espesas; al fulgor de su presencia, las nubes se deshicieron en granizo y centellas; y el Señor tronaba desde el cielo, el Altísimo hacía oír su voz: disparando sus saetas, los dispersaba, y sus continuos relámpagos los enloquecían. El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe, cuando tú, Señor, lanzaste un bramido, con tu nariz resoplando de cólera. Desde el cielo alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas, me libró de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo. Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró porque me amaba. El Señor retribuyó mi justicia, retribuyó la pureza de mis manos, porque seguí los caminos del Señor y no me rebelé contra mi Dios; porque tuve presentes sus mandamientos y no me aparté de sus preceptos; le fui enteramente fiel, guardándome de toda culpa; el Señor retribuyó mi justicia, la pureza de mis manos en su presencia. Con el fiel, tú eres fiel; con el íntegro, tú eres íntegro; con el sincero, tú eres sincero; con el astuto, tú eres sagaz. Tú salvas al pueblo afligido y humillas los ojos soberbios. Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Fiado en ti, me meto en la refriega, fiado en mi Dios, asalto la muralla. Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor; El es escudo para los que a Él se acogen. ¿Quién es dios fuera del Señor? ¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios? Dios me ciñe de valor  y me enseña un camino perfecto; él me da pies de ciervo, y me coloca en las alturas; El adiestra mis manos para la guerra, y mis brazos para tensar la ballesta. Me dejaste tu escudo protector, tu diestra me sostuvo, multiplicaste tus cuidados conmigo. Ensanchaste el camino a mis pasos, y no flaquearon mis tobillos; yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo, y no me volvía sin haberlo aniquilado: los derroté, y no pudieron rehacerse, cayeron bajo mis pies. Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían; hiciste volver a la espalda a mis enemigos, rechazaste a mis adversarios. Pedían auxilio, pero nadie los salvaba; gritaban al Señor, pero no les respondía. Los reduje a polvo, que arrebataba el viento; los pisoteaba como barro de las calles. Me libraste de las contiendas de mi pueblo, me hiciste cabeza de naciones, un pueblo extraño fue mi vasallo. Los extranjeros me adulaban, me escuchaban y me obedecían. Los extranjeros palidecían y salían temblando de sus baluartes. Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador: el Dios que me dio el desquite y me sometió los pueblos; que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel. Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor, y tañeré en honor de tu nombre: tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido, de David y su linaje por siempre.

“El Señor tronaba desde el cielo, el Altísimo hacía oír su voz”

Me inclino ante ti, Señor, al aceptar como tuya la extraña imagen del relámpago y el fuego. Tú te sientas a mi lado, y tú cabalgas sobre las nubes; tú susurras y truenas; tú eres alegre compañero, y tú eres Rey de reyes. Quiero aprender la reverencia y la distancia para merecer y salvaguardar la cercanía y la intimidad.
No he de aprovecharme del privilegio que me brinda tu amistad, no he de olvidar el respeto y el decoro, no he de faltar a los buenos modales de la corte del cielo. He de amarte y adorarte, Señor, en un mismo gesto de acercamiento y humildad.
Lo que deseo es unir estas dos actitudes en una sola en mi alma, y acercarme a ti con intimidad y reverencia, con ternura y asombro al mismo tiempo. No olvidarme, ni en los momentos más íntimos, de que eres mi Dios; ni en los encuentros oficiales, de que eres mi amigo.

Señor, fortaleza nuestra, escucha nuestra voz desde tu santo templo y cíñenos de valor para andar por el camino perfecto. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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