Salmo 5 – Oración de un justo perseguido
A la hora en que se ofrece el sacrificio matutino (Éx. 29. 38-40), un fiel israelita expone su caso al Señor (v. 4), apelando a la justicia de Dios (v. 9). El hecho de encontrarse en el Santuario (v. 8) es para él una prueba de su inocencia, porque ningún impío podría gozar de ese privilegio (vs. 5-6).
Para hacer más apremiante su oración, el salmista menciona a sus enemigos, que lo acusan calumniosamente (vs. 9-11).
El Salmo concluye con una expresión de confianza en el Señor, que bendice a los justos y los protege como un escudo (vs. 12-13).
Para hacer más apremiante su oración, el salmista menciona a sus enemigos, que lo acusan calumniosamente (vs. 9-11).
El Salmo concluye con una expresión de confianza en el Señor, que bendice a los justos y los protege como un escudo (vs. 12-13).
Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, y me quedo aguardando. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia. Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos; al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, me postraré ante tu templo santo con toda reverencia. Señor, guíame con tu justicia, porque tengo enemigos; alláname tu camino. En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Porque tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor.
«A ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi voz; por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando…»
Comienzo el día mirando a tu Templo, Señor, de cara al sacramento de tu presencia, a la majestad de tu trono. Quiero que el primer aliento del día sea un sentido de respeto y reverencia, un acto de adoración de tu poder y majestad, que todo lo llena y a todo da vida…
Sé que durante el día me va a envolver una ola de trabajo y tensión y fricciones y envidia. No puedo fiarme de nadie ni creer nada. Hay quienes me desean el mal, y un paso en falso me puede llevar a la ruina. «Su corazón es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua». Yo no sé descubrir sus emboscadas, yo me pierdo en las trampas y embustes que me tienden a cada paso. Quisiera fiarme de todos y creer pura y sencillamente lo que me dicen, pero esa inocencia me ha hecho sufrir demasiado en el pasado para poder volver a ser ingenuo…
Dios nuestro, que rechazas al criminal y proteges al inocente: danos alegría a quienes nos acogemos a ti con júbilo eterno; protégenos para que nos llenemos de gozo con el amor de tu nombre; bendícenos, y que como un escudo nos cubra tu favor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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