lunes, 14 de enero de 2013

Salmo 7


Salmo 7 – Oración del justo calumniado

Mediante una declaración que equivale a un juramento (vs. 4-6), una persona acusada y perseguida se confiesa inocente delante del Señor y le ruega que lo libre de sus perseguidores (vs. 9-10).
El Salmo fue compuesto originariamente para el rito a que se hace alusión en 1 Reyes 8. 31-32: cuando un inocente era amenazado de muerte y perseguido, podía refugiarse en el Templo y someter su caso a la justicia de Dios.
Con este fin, recitaba la fórmula contenida en este Salmo o alguna otra similar (Salmos 17; 26). Al declarar su inocencia, no afirmaba estar libre de todo pecado, sino solamente del crimen que se le imputaba.


Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Señor, Dios mío: si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, si he protegido a un opresor injusto, que el enemigo me persiga y me alcance, que me pisotee vivo por tierra, apretando mi vientre contra el polvo. Levántate, Señor, con tu ira, álzate contra el furor de mis adversarios, acude, Dios mío, a defenderme en el juicio que has convocado. Que te rodee la asamblea de las naciones, y pon tu asiento en lo más alto de ella. El Señor es juez de los pueblos. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables, y apoya tú al inocente, tú que sondeas el corazón y las entrañas, tú, el Dios justo. Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón. Dios es un juez justo, Dios amenaza cada día: si no se convierten, afilará su espada, tensará el arco y apuntará. Apunta sus armas mortíferas, prepara sus flechas incendiarias. Mirad: concibió el crimen, está preñado de maldad, y da a luz el engaño. Cavó y ahondó una fosa, caiga en la fosa que hizo, recaiga su maldad sobre su cabeza, baje su violencia sobre su cráneo.

«Yo daré gracias al Señor por su justicia, tañendo para el nombre del Señor altísimo»

DIOS ES MI REFUGIO
Te llamo, Señor, «mi refugio» y «mi escudo», y en verdad lo eres, y yo quiero entender en tu presencia los modos y caminos que tienes de protegerme y defenderme. Al decir «refugio», no pienso en una cueva escondida en altas montañas donde yo fuera a huir lejos del alcance de mis enemigos; ni tampoco me imagino que tú pongas un escudo ante mí para que nadie pueda herirme y yo salga ileso. Eso es protección externa, mientras que tú estás dentro de mí.
Tú no me proteges desde fuera, sino desde dentro. No tengo que acogerme a ti, porque yo estoy en ti y tú estás en mí. Tú proteges mi cuerpo dándome un organismo sano, e informando mi alma, con tu gracia. Tú me defiendes identificándote conmigo, y ésa es mi fortaleza…


Señor, Juez justo, permitiste la muerte de tu Hijo para manifestar, hasta el extremo, tu misericordia, unidos a él, hacemos suya nuestra oración y nos ponemos en tus manos, te damos gracias por tu justicia y cantamos para tu nombre, oh Altísimo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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