Salmo 19 – Oración por la victoria del Rey
► Ante la inminencia del combate, la comunidad congregada en el Templo (v. 3) implora la protección divina y la victoria del rey (vs. 2-6). Como era habitual en esas circunstancias (1 Sam. 7. 7-10), un sacrificio acompañaba a la súplica (v. 4).
►La segunda parte del Salmo (vs. 7-9) es un oráculo pronunciado en nombre del Señor, que anuncia la victoria a su Ungido.
►La segunda parte del Salmo (vs. 7-9) es un oráculo pronunciado en nombre del Señor, que anuncia la victoria a su Ungido.
… Y escúchanos cuando te invocamos
La invocación final: «Señor, da la victoria al Rey y escúchanos cuando te invocamos» (Salmo 19,10), nos revela el origen del Salmo 19. Nos encontramos ante un Salmo regio del antiguo Israel, proclamado en el templo de Sión durante un rito solemne. En él se invoca la bendición divina sobre todo en «el día del peligro» (v 2), es decir, en el momento en el que toda la nación queda sobrecogida por una angustia profunda a causa de la pesadilla de una guerra. Se evocan, de hecho, los carros y los caballos (v 8) que parecen avanzar en el horizonte; el rey y el pueblo los afrontan con su confianza en el Señor, que se pone del lado de los débiles, de los oprimidos, de las víctimas de la arrogancia de los conquistadores.
Es fácil comprender el que la tradición cristiana haya transformado este Salmo en un himno a Cristo rey, el «consagrado» por excelencia, «el Mesías» (v 7). Él no entra en el mundo con ejércitos, sino con la potencia del Espíritu Santo, y lanza el ataque definitivo contra el mal y la prevaricación, contra la prepotencia y el orgullo, contra la mentira y el egoísmo.
Se puede percibir el eco profundo de las palabras que Cristo pronuncia dirigiéndose a Pilatos, emblema del poder imperial terreno: «Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido el mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18, 37).
La invocación final: «Señor, da la victoria al Rey y escúchanos cuando te invocamos» (Salmo 19,10), nos revela el origen del Salmo 19. Nos encontramos ante un Salmo regio del antiguo Israel, proclamado en el templo de Sión durante un rito solemne. En él se invoca la bendición divina sobre todo en «el día del peligro» (v 2), es decir, en el momento en el que toda la nación queda sobrecogida por una angustia profunda a causa de la pesadilla de una guerra. Se evocan, de hecho, los carros y los caballos (v 8) que parecen avanzar en el horizonte; el rey y el pueblo los afrontan con su confianza en el Señor, que se pone del lado de los débiles, de los oprimidos, de las víctimas de la arrogancia de los conquistadores.
Es fácil comprender el que la tradición cristiana haya transformado este Salmo en un himno a Cristo rey, el «consagrado» por excelencia, «el Mesías» (v 7). Él no entra en el mundo con ejércitos, sino con la potencia del Espíritu Santo, y lanza el ataque definitivo contra el mal y la prevaricación, contra la prepotencia y el orgullo, contra la mentira y el egoísmo.
Se puede percibir el eco profundo de las palabras que Cristo pronuncia dirigiéndose a Pilatos, emblema del poder imperial terreno: «Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido el mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18, 37).
Que te escuche el Señor el día del peligro, que te sostenga el nombre del Dios de Jacob; que te envíe auxilio desde el santuario, que te apoye desde el monte de Sión. Que se acuerde de todas tus ofrendas, que le agraden tus sacrificios; que cumpla el deseo de tu corazón, que dé éxito a todos tus planes. Que podamos celebrar tu victoria y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes; que el Señor te conceda todo lo que pides. Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, que lo ha escuchado desde su santo cielo, con los prodigios de su mano victoriosa. Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre del Señor, Dios nuestro. Ellos cayeron derribados, nosotros nos mantenemos en pie. Señor, da la victoria al Rey y escúchanos cuando te invocamos.
CARROS Y CABALLOS
No desprecio carros ni caballos, Señor. Sé que el que quiere luchar necesita armas, y el que quiere triunfar necesita medios. Yo quiero hacer algo por ti y por tu Reino; quiero diseminar tu palabra, comunicar tu gracia, darte a conocer a ti; y para eso yo también necesito medios y me propongo tenerlos y usarlos lo mejor posible.
Pero, al mismo tiempo que aprecio los medios humanos y me dispongo a aprovecharlos lo mejor posible, me abstengo de poner en ellos mi confianza, pues sé que en sí mismos no valen nada. Buscaré, sí, la eficacia, pero a sabiendas de que la eficiencia por sí sola no puede establecer tu Reino.
Yo confío en ti, Señor. Has recabado mis esfuerzos, y los tendrás, con todas mis flaquezas y toda mi buena voluntad en ellos. Pero el éxito viene de ti, Señor, de tu poder y de tu gracia, y quiero dejarlo bien claro desde el principio ante ti y ante mí mismo.
No desprecio carros ni caballos, Señor. Sé que el que quiere luchar necesita armas, y el que quiere triunfar necesita medios. Yo quiero hacer algo por ti y por tu Reino; quiero diseminar tu palabra, comunicar tu gracia, darte a conocer a ti; y para eso yo también necesito medios y me propongo tenerlos y usarlos lo mejor posible.
Pero, al mismo tiempo que aprecio los medios humanos y me dispongo a aprovecharlos lo mejor posible, me abstengo de poner en ellos mi confianza, pues sé que en sí mismos no valen nada. Buscaré, sí, la eficacia, pero a sabiendas de que la eficiencia por sí sola no puede establecer tu Reino.
Yo confío en ti, Señor. Has recabado mis esfuerzos, y los tendrás, con todas mis flaquezas y toda mi buena voluntad en ellos. Pero el éxito viene de ti, Señor, de tu poder y de tu gracia, y quiero dejarlo bien claro desde el principio ante ti y ante mí mismo.
«Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre del Señor Dios nuestro».
Señor, tú que escuchaste a tu Hijo cuando te invocó, en el día del peligro de su pasión, y le diste la victoria, resucitándolo de entre los muertos, míranos también a nosotros, que no confiamos en nuestras fuerzas, sino que invocamos tu nombre, y envíanos tu auxilio desde el santuario, para que también nosotros podamos alzar estandartes de victoria en nuestros combates contra las fuerzas del mal. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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