martes, 22 de enero de 2013

Salmo 16


Salmo 16 – Protégeme

Señor, escucha mi apelación
+ La situación en que se recitaba este Salmo es idéntica a la que se describe a propósito del Salmo 7: un inocente -acusado y perseguido injustamente- expone su caso al Señor en demanda de justicia.
+ La súplica se alterna con las declaraciones de inocencia (vs. 3-5) y con una descripción de la maldad de sus perseguidores (vs. 10-12).
+ En el versículo final, el salmista manifiesta su certeza de que alcanzará el favor divino.

1. CON ISRAEL
Esta reacción del hombre perseguido que se "refugia en el templo" es admirable. Las  sociedades antiguas consideraban los santuarios, "asilos inviolables": Dios, defensor y  fiador de la justicia.
Cuando se tiene conciencia de ser inocente, ¿no es acaso normal que se haga un  llamado al juicio de Dios? "Pronuncia la sentencia, Señor, Tú, ¡Tú que sabes la verdad!".

2. CON JESÚS
Hay palabras de este salmo que solamente Jesús pudo pronunciar con toda verdad.
En su pasión El era realmente "el inocente injustamente acusado". "Tú has penetrado mis  pensamientos; de noche has venido a vigilarme; me has sometido a pruebas de fuego y no  has encontrado maldad en mí... He seguido firme en tus caminos, jamás me he apartado de  ellos... De los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que me rodean, líbrame. Por tu justicia, veré tu rostro: con verme ante Ti cuando despierte quedaré satisfecho". 

3. CON NUESTRO TIEMPO
Si nada de este salmo nos concierne, ¿por qué no lo recitamos en nombre de aquellos  que padecen la injusticia?; son tantos por desgracia. ¡Señor, oye la justicia! ¡Escucha la  queja de aquellos que sufren!

Señor, escucha mi apelación atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño: emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí. Mi boca no ha faltado como suelen los hombres; según tus mandatos, yo me he mantenido en la senda establecida. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me asaltan, del enemigo mortal que me cerca. Han cerrado sus entrañas y hablan con boca arrogante; ya me rodean sus pasos, se hacen guiños para derribarme, como un león ávido de presa, como un cachorro agazapado en su escondrijo. Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo, que tu espada me libre del malvado, y tu mano, Señor, de los mortales; mortales de este mundo: sea su lote esta vida; de tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos y dejarán a sus pequeños lo que sobra. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.

¡Muéstrame las maravillas de tu misericordia!

Muéstrame, Señor. Tus obras son patentes, pero yo soy ciego y olvidadizo, y necesito que me las vuelvas a mostrar, que me las recuerdes, que me las hagas reales. Tu misericordia es tu amor, y si yo vivo es porque tú me amas. Cada palabra de tus escrituras y cada instante de mi existencia es un mensaje de amor que me envías en cuidado constante de mi efímera vida. Y tu misericordia es también tu perdón cuando yo te fallo y te vuelvo a fallar, y tú me acoges una y otra vez con incansable piedad. Sólo tengo que aprender a reconocer tu sello en mi vida para entender tus maravillas.
Y la que entiendo como mayor maravilla de tu misericordia es la confianza que me das de poder aparecer ante ti con la frente erguida y el corazón tranquilo. Yo nunca hubiera osado pronunciar las palabras que hoy pones tú en mis labios en este Salmo: «Aunque sondees mi corazón visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí». Es verdad que no deseo hacer el mal, pero también es bien verdad que el mal anida en mí y hago sufrir a los demás y te entristezco a ti, y tú lo sabes muy bien y te dueles de mi dolor.
Ahora puedo acabar el Salmo con confianza: «Con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante».

Protégenos, Señor Jesús, que nos refugiamos en ti, y lleva a plenitud en nosotros tu designio de vida y de salvación; concédenos que, iluminados con el gozo de tu resurrección, encontremos, un día, en tu presencia, con todos los santos, la alegría perpetua, por los siglos de los siglos. Amén

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