sábado, 19 de enero de 2013

Salmo 12


Salmo 12 – Súplica del justo que confía en el señor
¿Hasta cuándo, Señor…?
+++ Este salmo muestra un conflicto entre dos grupos: por un lado, los que tienen labios embusteros, doblez de corazón (3) y una lengua arrogante (4). Se trata de los malvados que exaltan la corrupción (9), sus armas son el embuste y la falsedad (3).
+++ El otro grupo es el de los fieles que no se conforman y que claman pidiendo salvación (2), mientras contemplan cómo la sociedad está basada en la falsedad y en la mentira (3). Los fieles, por un lado, son valientes; pero, por otro, saben que están con la soga al cuello. Su clamor puede costarles muy caro.
+++ Por eso se dirigen al Señor, para que intervenga, para que, de un tajo, corte los labios embusteros y la lengua arrogante (4), pues es muy difícil mantenerse fiel a su proyecto, cuando el número de los malvados crece y la corrupción se ha convertido en la ley de la sociedad (9).

… Dios de los excluidos…
► A Dios se le llama «Yavé» (el Señor). Y esto ya es mucho, pues este nombre está vinculado al éxodo, a la liberación de la esclavitud en Egipto. Así pues, se trata una vez más del Dios de la Alianza, que escucha el clamor, que se levanta y libera a los pobres oprimidos y a los necesitados que gimen. Es el Dios de los excluidos, su más poderoso aliado. Su palabra es sincera y creadora de vida.
► En el Nuevo Testamento, encontramos grupos y personas que claman a Jesús y que son escuchados (Mc 4, 35-41; Lc 17, 11-19; Mt 15, 21-28), lo que indica que Jesús es el auxilio de Dios que salva a la humanidad (el nombre de Jesús significa «Dios salva», Mt 1, 21). Pablo exhortaba a las comunidades para que fueran fermento en la masa, es decir, para que fueran capaces de una acción transformadora en una sociedad corrupta (1Cor 6, 11; 12, 2; Ef 2, 1-10; Flp 2, 14-16).
► ¿Cuáles  son hoy los clamores del pueblo? ¿Por qué hay pobres oprimidos y necesitados que gimen? ¿Qué transmite la propaganda? Podemos rezarlo cuando sentimos que nos rodean la mentira, la falsedad, la opresión, la impunidad, la corrupción; cuando desaparece la fidelidad y la gente se devora entre sí; cuando sentimos que la palabra de Dios tiene que fermentar nuevamente la sociedad; cuando parece que los poderosos están ocupando el lugar de Dios; cuando nosotros mismos queremos que alguien nos salve...

¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?
¿Hasta cuándo he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?
Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío; da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, para que no diga mi enemigo: "le he podido", ni se alegre mi adversario de mi fracaso.
Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.

«¿Hasta cuándo..., hasta cuándo..., hasta cuándo?» El grito repetido del alma en espera. ¿Cuánto tiempo me queda, cuánto he de esperar, cuánto tardará? ¿Cuánto me costará aprender a orar, dominar mi genio, llegar a la madurez, conseguir la paz? He empleado ya tantos años, tantos esfuerzos; he hecho tantos propósitos y malgastado tantas gracias; he dejado pasar tantas ocasiones y retrocedido tantas veces... que te explicarás por qué me impaciento y pregunto y vuelvo a preguntar: «¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?»
Tú me entiendes bien, Señor, y entiendes este doble movimiento en mi alma, el anhelar y el descansar, la sed y la satisfacción, la impaciencia y la felicidad. Tú eres, Señor, quien acusa los dos movimientos; tú quieres que pida y que dé gracias, que me sienta feliz con lo que tengo y que aprenda a pedir más, que viva en satisfacción y en esperanza. A las dos corrientes me entrego, Señor, bajo tu inspiración y con tu gracia.
Esa es la lección viva que aprendo en este Salmo que comienza por quejarse: «¿Hasta cuándo?», y acaba proclamando: «Yo confío en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho». Así lo haré yo también, Señor, de todo corazón.

Oh Dios, no nos olvides, no nos escondas tu rostro: no queremos  estar preocupados por tu silencio ni por tu inmovilidad, sino gozar silenciosamente de tu luz, aguardando tu gloriosa manifestación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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