domingo, 6 de enero de 2013

Señor de los Milagros


Señor de los Milagros

A mediados del siglo XVII, Lima, una ciudad que hoy alberga más de 7 millones de habitantes, cobijaba apenas unas 35,000 personas; cantidad que se iría incrementando progresivamente por el arribo de miles de variopintos personajes empujados por las noticias de una prosperidad fácil de alcanzar en la capital.
La mayor parte de estos inmigrantes provenían de la costa atlántica del África Occidental, en ese entonces ocupada por colonizadores portugueses. Estos grupos se dividían en castas como la de los Congos, Mantengas, Bozales, Cambundas, Misangas, Mozambiques, Terranovas, Carabelíes, Lúcumos, Minas y Angolas.
Estos últimos estaban reunidos en cofradías que adoraban distintas imágenes o santos de su devoción. Esos actos religiosos les recordaban su libertad y cantaban nostálgicamente en su lengua original canciones de sus antepasados; también se ocupaban de la atención a los enfermos y aseguraban a sus miembros un entierro decente mediante pequeñas cuotas de los cófrades.
Por el año de 1650, los negros angolas se agremiaron y constituyeron la cofradía en la zona de Pachacamilla, lugar que anteriormente había sido habitado por indios venidos de la zona de Pachacamác, y donde actualmente se ubican la iglesia y el monasterio de las Nazarenas y el local de la Hermandad del Señor de los Milagros. Las condiciones en las que vivían eran de una pobreza absoluta.
En la sede de la cofradía se levantaban grandes paredes de adobe; en una de éstas, ubicada en un ambiente donde se reunían los negros a diario, uno de los angola plasmó la imagen de Cristo en la cruz. La imagen fue pintada al temple y fue hecha con un profundo sentimiento de fe y devoción a la altísima representación del Redentor.
Fue un 13 de noviembre de 1655, a las 2:45 de la tarde, cuando un terrible y destructor terremoto estremeció Lima y Callao, tirando abajo las iglesias y sepultando mansiones, dejando tras de sí miles de muertos y damnificados. El sismo afectó la "zona de Pachacamilla" y las viviendas de los angola se precipitaron al suelo; todas las paredes del local de la cofradía se cayeron, produciéndose entonces el milagro: el débil muro de adobes donde se erguía la imagen del Cristo crucificado quedó intacto, sin ningún tipo de resquebrajamiento.
Debido a los daños ocurridos, los angola se mudaron a otro lugar dejando en el más absoluto abandono la pared con la sagrada imagen. Aunque hay otras versiones que dicen que los negros angola se habían retirado del lugar antes del sismo, lo cierto es que después de la catástrofe, casi toda la población limeña se entregó por entero a las plegarias, cánticos y rezos en las derruidas calles y plazas de la Capital, intentando pedir perdón por sus pecados y rogando que no se produzca otro fenómeno de la misma naturaleza.
Pasaron 15 años y un vecino de la parroquia de San Sebastián, Antonio León, encontró la imagen abandonada y comenzó a venerarla. Según los relatos de la época, León fue el primero que se preocupó por arreglar la ermita, sin imaginar que a partir de entonces crecería el culto y la devoción al sagrado Cristo de Pachacamilla.
Esta valoración hacia la imagen se vio fortalecida por un hecho grandioso en la vida de Antonio León pues -según cuentan- éste padecía de constantes y espantosos dolores de cabeza debido a un tumor maligno que los médicos, hasta ese momento, no habían logrado curar. Fue entonces cuando Antonio acudió a la imagen y postrándose frente a ella, imploró al Cristo crucificado que remediara su mal, deseo que le fue conferido acabando así su desesperado tormento. Nace entonces en él una más firme convicción religiosa que difundió entre todos sus conocidos lo que causó que en pocas semanas el culto creciera.
Entre los creyentes predominaba la gente de color, quienes iniciaron las reuniones los viernes en la noche, y alumbrados por las llamas de sus ceras, llevaban modestas flores, perfumando el ambiente con el sahumerio; todos al unísono entonaban fervorosas plegarias y cánticos al son de arpas, cajones y vihuelas.
Empero, dado que la gente acudía en masa a estas reuniones atraída más por la novedad que por la devoción, muchas veces se produjeron hechos de índole distinta a las prácticas religiosas y católicas, por lo que las autoridades civiles y eclesiásticas prohibieron las reuniones en la "zona de Pachacamilla" y ordenaron borrar la imagen del Santo Cristo y de los demás santos que hubieran.
Dicha orden se cumplió entre el 6 y 13 de setiembre de l671 por una comitiva especial -compuesta por el promotor fiscal del Arzobispado, un notario, un indio pintor de "brocha gorda" y el capitán de la guardia del Virrey, Don Pedro Balcázar- escoltada por dos escuadras de soldados en caso se produjesen desmanes por la cantidad de vecinos y curiosos que rodeaban el lugar.
Cuentan que al subir el pintor la escalera para borrar la imagen, empezó a sentir temblores y escalofríos, teniendo que ser atendido de inmediato para proseguir con su labor. Al reaccionar intentó nuevamente subir y borrar la imagen pero fue tanta la impresión causada que bajó raudamente y se alejó asustado del lugar sin culminar con la tarea encomendada.
Un segundo hombre, un soldado de Balcázar, de ánimo más templado, subió pero bajó rápidamente, explicando luego que cuando estuvo frente a la imagen vio que se ponía más bella y que la corona se tornaba verde; por esa razón no cumplió la orden dada.
Ante la insistencia de las autoridades por desaparecer la imagen, la gente manifestó su disgusto y comenzó a protestar con airadas voces y actitudes amenazantes que obligaron a retirarse a la comitiva. Pronto, el Virrey se enteró de los acontecimientos y reflexionando sobre las posibles consecuencias si persistía en borrar la imagen, mandó revocar la orden y acordó que en ese lugar se le rindiera culto y veneración a la portentosa imagen.
El 14 de setiembre de 1671 se ofició la primera misa ante el crucificado de Pachacamilla, fecha que coincide con la exaltación de la Santísima Cruz. Conforme avanzaban los días los devotos aumentaban en forma considerable.
Venían de lejos en piadosa plegaria y mística romería, comenzando a denominarlo "El Santo Cristo de los Milagros o de las Maravillas".
Sin embargo la ira de Dios no se calmaba y volvió a manifestarse en octubre de 1687, cuando un maremoto arrasó con el Callao y parte de Lima y derribó la capilla edificada en honor de la imagen de Cristo, quedando erguida solamente la pared con la imagen dibujada del Señor crucificado.
Tan terrible designio originó que se confeccionara una copia al óleo de la imagen y que, por primera vez, saliera en andas por las calles del barrio de Pachacamilla, estableciéndose que a partir de ese momento la procesión tuviese lugar los días 18 y 19 de octubre de cada año.
3- Historia del mural de pachacamilla
4- Fundación de lima
La ciudad de Lima fue fundada por Francisco Pizarro un día lunes, 18 de Enero de 1535, a la que se le dio el nombre de ´Los Reyes´, se le llamó así porqué fué un 6 de Enero, fiesta de ´Epifanía´, la fecha en que los comisionados encontraron el lugar para su fundación. El trazado de la ciudad fué delineado en 117 islas, cada una de estas ´islas´ llamadas cuadras, fue dividido en cuatro partes que recibieron el nombre de solares los mismos que fueron repartidos entre los conquistadores, llamándose él Damero de Pizarro. De acuerdo a estás medidas fué un diminuto cuadrilátero en el que uno de sus lados fue el rio Rímac vocablo quechua que significa hablador, que al suavizase en la fonética española derivó el nombre actual de ´Lima´ y los otros tres lados que actualmente son: la Av. Abancay, Av. Tacna y la Av. Nicolás de Piérola.
El cabildo Limeño fue establecido por Pizarro el mismo año 1535, en esa nombró a los primeros alcaldes que fueron Nicolás de Ribero el Viejo y Juan Tello de Guzmán.
5- Zona de pachacamilla
En el año de 1622 gobernaba el XIII Virrey Don Diego Fernández de Córdova, por ese tiempo la capital había tenido un paulatino crecimiento y su población se estimaba en unos 25.000 habitantes. En su desarrollo hacía el oeste solo llegaba hasta la iglesia de San Marcelo, en esa época está iglesia estaba ubicada en los extramuros de Lima y muy cercana al cruce del Camino del Inca con la antigua ruta al Callao (Av. Tacna con Emancipación). Con proximidad a este templo, la calle conocida como Mesón Blanco, denominada más tarde calle de Santo Cristo de los Milagros o de las Maravillas y posteriormente con el de Nazarenas (quinta cuadra de Jirón Huancavelica).
Para entonces solo existían unas pocas ramadas de indios y negros esclavos. A esta zona se le dio el nombre de Pachacamilla poblado de importantísimo oráculo y gran centro ceremonial desde la era Pre-Inca, después del Cuzco Imperial.
También en esa época el arzobispo de Lima Don Gonzalo del Campo, natural de Madrid le cupo la honra de consagrar la Catedral capitalina; este solemne acontecimiento se llevo a cabo el 19 de Octubre 1625, su construcción había demorado 90 años ascendiendo su costo a un total de 600,000 pesos y durante este prolongado lapso la iglesia de La Soledad estrenada en 1604 y ubicada en la plazuela de San Francisco, sirvió como Catedral limeña.
6- La cofradía de pachacamilla
En el año de 1648 hizo solemne entrada a Lima el 20 de setiembre Don García Sarmiento de Sotomayor XVI Virrey del Perú. Durante su mandato, los historiadores coinciden en destacar dos sucesos acaecidos durante su gobierno: una tragedia y una gran obra pública.
La tragedia fue el pavoroso terremoto que destruyo la ciudad del Cuzco, a las 2:00 pm del día 31 de Marzo de 1650. Este sismo tuvo una duración de 15 minutos y repercutió violentamente en Lima causando mucho daño además de dejar heridas a varias personas. La obra pública que todavía perdura es la artística pila de bronce ubicada en la Plaza Mayor. Su estreno con ceremonial solemne se llevo a cabo el día 8 de setiembre 1651. Por esta época hubo otro gran suceso que paso desapercibido y solamente conocido por un grupo de negros esclavos angoleños de la llamada zona de Pachacamilla que ya vivían organizados en cofradías bajo la advocación de diversas imágenes. Según manuscritos de la época y de una constante tradición transmitida fielmente de padre a hijo y de generación en generación; se sabe perfectamente que en el año 1651, siendo Sumo Pontífice Inocencio X, monarca español S.M. Felipe IV, su Virrey en el Perú Don García Sarmiento de Sotomayor y el Arzobispo de Lima Don Pedro de Villagomez; un ignorado e inspirado negro esclavo de Angola, llevado por un superior impulso, pintó en un pared del galpón de su cofradía la imagen del Redentor Crucificado para patrocinar sus reuniones y servirles de guía.
Hay que reconocer los obstáculos vencidos por el esclavo angoleño, pues la pared era tosca y de acabado imperfecto, la pintura fue pintada al temple y no al óleo, el pintor no tenia estudios completos de dibujo y pintura y la pared que le sirvió como lienzo era una pared cercana a una acequia que afectaba considerablemente sus cimientos, sin embargo su obra ha perdurado con sorprendente irradiación por todo el Perú, por América y por el mundo.
Se debe aceptar que los angoleños de la zona de Pachacamilla al haber rendido culto a la portentosa efigie del Crucificado y estar hermanados para ayudarse en vida y muerte, constituyen el origen y la partida de nacimiento de nuestra gran Hermandad Nazarena.
7- Trágico naufragio y terremoto - 13 nov. 1655
El XVII Virrey del Perú fue el Excmo. Don Luis Henrique de Guzmán que llegó a Lima el mes de febrero de 1655. El primer año de su gobierno fue de muy ingrata recordación a causa de un infortunio y un violentísimo sismo. En ese fatídico año el galeón comandado por el Marqués Villarubia, cuando enrumbaba hacia España, llevando 6 millones de pesos en oro y plata, naufrago y solamente se salvaron 45 de los 600 pasajeros que llevaba.
Para colmo de desdichas a las 2:45 p.m. del sábado 13 de Noviembre del mismo año, un pavoroso y destructor terremoto estremeció Lima y Callao, causando la caída de muchas iglesias y mansiones, como la del Seminario Conciliar Santo Toribio, San Francisco, La iglesia de los Jesuitas en el Callao a pesar de estar recientemente construida con material noble de cal y canto. Se abrieron dos profundas grietas en la Plaza de Armas y en otras partes de la ciudad, en la isla de San Lorenzo se desprendieron gigantescos peñascos que cayeron al mar con horroroso estruendo. Como era de esperarse, el sismo afecto la zona de Pachacamilla, donde estaba situada la cofradía de los angoleños, pero hecho providencial a pesar de a verse caído gran número de paredes, quedó incólume el muro de adobe donde estaba pintada la imagen del Cristo Crucificado. Este suceso no pasó desapercibido pero muy pronto quedó en el recuerdo. La destrucción de sus viviendas motivo el traslado de los angoleños a otro vecindario cercano quedando la Sagrada imagen abandonada a su suerte durante 16 largos años, pero algo invisible quedó velando por la desamparada efigie del Redentor Crucificado.
8- Andrés de León
Entre los años de 1670 y 1671, 16 años después del fatídico terremoto aparece un hombre: Andrés de León, hombre sencillo y piadoso de escasos recursos que en su diario caminar contemplaba el solitario descuidado muro donde años antes el angoleño pintara al Cristo Crucificado. Fue así como despertó en él la devoción que le llevó a reforzar el leve muro con sus propios recursos así como también ciertos arreglos que dieron mayor comodidad para rendirle culto.
Andrés de León víctima de un penoso mal incurable comenzó a pedirle al Cristo de Pachacamilla que le devuelva la salud. Tanto fue su fe que poco a poco el mal desapareció.
Fue así que se inicio la devoción al Cristo de Pachacamilla acordando reunirse los días viernes para rendirle culto; muchos fueron más por la novedad que por la devoción, habiendo casos de excesos que motivaron la observación de las autoridades civiles y eclesiásticas, ordenando así su destrucción.
9- Se ordena borrar la imagen
Habían transcurrido 5 meses desde que se inicio el culto a la imagen los días viernes en la noche cuando el párroco de San Marcelo fue informado de ciertos excesos y desordenes.
Fue así que la autoridad eclesiástica ordeno se prohibiera el culto al Cristo de Pachacamilla y dispuso que se borrara la imagen del Santo Cristo. Sin embargo los designios de Dios tenían previsto algo distinto. Un indio pintor de brocha gorda fue el primero en intentar borrarla, descendiendo lleno de pavor no sin antes sufrir violentas convulsiones.
Prometiéndole mejor paga un segundo hombre se acercó a la imagen sin embargo, su intento se truncó al ver algo en ella, retirándose confundido. Siendo las cuatro o cinco de la tarde un tercero intentó borrarla, soldado él, con ánimo más templado al ascender las escaleras exclamó que se ponía la imagen más bella y admiraba la verde corona, bajo impresionado diciendo que él no se atrevía a borrar la imagen, inesperadamente el clima cambio totalmente de una hermosa tarde soleada a un oscuro cielo desatándose un extraño y violento aguacero, la gente no resistió más y comenzaron a protestar airadamente, obligando a retirarse a las autoridades civiles y eclesiásticas.
El Virrey de ese entonces Conde de Lemos junto con el provisor y vicario general fueron informados de lo acontecido esa tarde en Pachacamilla, asombrado por lo ocurrido revoco inmediatamente la orden y se acordó que en ese mismo lugar se rinda culto y devoción a la portentosa imagen de Cristo Crucificado.
10- La primera misa
Después de estos extraordinarios sucesos, la parroquia de San Marcelo como de San Sebastián quisieron trasladar el mural a sus parroquias en ambos casos no dio resultados. El Conde de Lemos personalmente rindió culto a la imagen y acordó con la autoridad eclesiástica que en definitiva se le venerase en el mismo lugar para lo cual ordeno inmediatamente se levantara una ermita provisional.
Siempre con el apoyo de los fieles del lugar la imagen quedó cercada con adobes, lo techaron con esteras y levantaron un sencillo altar al pie del Cristo Crucificado. Una vez terminado estos trabajos se logro que se oficiara la primera misa ante la sagrada imagen del Cristo de Pachacamilla, un día lunes 14 de setiembre de 1671. A esta ceremonia religiosa asistió el Virrey y su señora esposa, altas autoridades civiles como eclesiásticas y un gran número de vecinos y devotos.
Después de esta primera misa el Virrey y su esposa continuaron rindiéndole culto a la imagen, aumentando así los devotos, que venían desde lejos inclusive, para conocer y reverenciar a la portentosa imagen del mural de Pachacamilla que pronto comenzaron a llamarlo el Santo Cristo de los Milagros o de las Maravillas.
12- El primer mayordomo y la primera capilla
Pasado los días de la primera misa la autoridad eclesiástica nombro como primer Mayordomo de la Ermita del Santo Cristo de los Milagros a Don Juan de Quevedo y Zarate, el Virrey lo ratifico y quedó la sagrada imagen amparada por el poder civil y por la iglesia asegurándose así el culto a su imagen.
Don Juan de Quevedo y Zarate inicio trámites con Don Diego Tebes Montalvo Manrique de Lara, dueño de las propiedades colindantes con la ermita del Santo Cristo.
Ante notario público el 17 de diciembre de 1671 Don Diego hizo entrega a Don Juan de Quevedo, como Mayordomo de la Capilla de Santo Cristo, no solo el sitio que ocupaba si no toda la tierra de la huerta que poseía en esa zona de Pachacamilla, para que puedan labrar los adobes necesarios para la Capilla.
Don Juan de Quevedo y Zarate estuvo en el cargo durante 8 años, logrando restaurar el mural e iniciar la construcción de la primera Capilla.
13- Sebastián de Antuñano y Rivas
En el año de 1684 nombraron cuarto Mayordomo a Sebastián de Antuñano y Rivas, ejerció en el cargo 33 años hasta 1717 fecha en que falleció.
Sebastián de Antuñano y Rivas realizo pruebas que realmente engrandecieron la historia del Señor de los Milagros. Intervino en la fundación del Monasterio de Madres Nazarenas y Carmelitas Descalzas, fue cofundador del Instituto Nazareno e hizo generosa y total donación a Sor Antonio Lucia del Espíritu Santo de los solares, huerta y demás terrenos y construcciones de esa zona de Pachacamilla.
Inicio así mismo las tradicionales procesiones octubrinas al sacar una réplica del mural en sencillas y rústicas andas a raíz del terremoto del 20 de octubre 1687.
Los años siguieron transcurriendo con Antuñano al cuidado de la iglesia y el culto a la milagrosa imagen además de seguir organizando las ininterrumpidas procesiones y todo lo relacionado con su cargo de Mayordomo.
Cuando el Cabildo limeño nombro al Señor de los Milagros como Patrono Jurado de la Ciudad, Antuñano tuvo la más grata satisfacción de su vida y en esa procesión triunfal del año 1715 recordada aquel 20 de Octubre de 1687 cuando inicio la primera procesión a causa del terremoto de ese año.
Pero lo que ignoraba en esa fecha este hombre extraordinario y providencial, era que el fin de su fructífera misión en este mundo estaba muy cercano. Aquejado de un mal desconocido fue debilitándose mucho falleciendo en el año de 1717 a la edad de 64 años.
14- La primera procesión
El terremoto del 20 de Octubre de 1687 produjo rajaduras y desmoronamientos en la Capilla, pero el sagrado mural quedó incólume, como muestra de los designios divinos.
Fue así que Sebastián de Antuñano inicio la procesión con una réplica de la imagen, originando así las tradicionales procesiones de octubre del Señor de los Milagros de Nazarenas. En su primer recorrido llegó hasta la Plaza Mayor, al Cabildo limeño, donde recibió en ambos lugares fervorosa pleitesía contando con el acompañamiento de acongojados fieles así como vecinos del lugar.
Se tiene la seguridad que aquella replica es la misma que hoy en día nos sigue acompañando en los meses de octubre en su recorrido por la gran Lima.
15- Sor Antonia Lucia del espíritu santo
Antonia Lucia Maldonado de Verdugo nació en Guayaquil, Ecuador el sábado 12 de junio de 1646.
Huérfana de padre llegó al Callao en compañía de su madre en 1657. A los 30 años Antonia Lucia, fue casada por su madre con Alfonso Quintanilla hombre pobre de caudales pero de grandes dotes morales. Sin embargo Alfonso Quintanilla al darse cuenta que su esposa tenia inclinación hacia el servicio de Dios, de mutuo acuerdo guardó castidad.
En esa época Antonia Lucia vestía túnica morada con la debida autorización de su esposo y la debida licencia eclesiástica del 6 de Agosto de 1677 o 1678. Al poco tiempo falleció su esposo el día 30 de Enero de 1681, siendo enterrados sus restos en el Convento de Santo Domingo.
Al quedar viuda Antonia Lucia, quedó en libertad de cumplir con su propósito y verdadera vocación. Y el luto que vistió fue el de la túnica morada la misma que después distinguiría a sus fieles y abnegadas discípulas y seguidoras en el Beaterio de Monserrate.

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