lunes, 19 de febrero de 2018

El hombre y su lugar en el ambiente

Entre quienes buscan explicar cuál sería el lugar que el ser humano ocupa en nuestro planeta, hay algunos que piensan que somos un simple producto de la evolución. Un producto que tiene algunas particularidades (es imposible negarlas), pero nada más que un producto.
Pero algunos de esos autores reconocen también que el ser humano, que depende en todo del ambiente como los demás seres vivos, es “anómalo”. ¿Por qué? Porque pone en peligro la supervivencia en el planeta, lo cual exige elaborar proyectos éticos para evitar una catástrofe ambiental.
De este modo, tales autores piensan con una especie de dualismo. Por una parte, el hombre es un viviente más, originado gracias a la evolución como las lombrices y los elefantes, como las orquídeas y los claveles. Por otra parte, ese hombre tiene una responsabilidad que ningún otro viviente tiene sobre la tierra.
Se dirá que tal responsabilidad surge por el hecho de los poderes que “la evolución” habría otorgado al hombre. Pero si tales poderes son vistos como algo casual y afinalístico, ¿por qué surgirían deberes éticos especiales para el ser humano, deberes que nadie exige a otros seres vivos?
Además, entre los seres humanos no todos tienen la misma ética ni todos consideran el ambiente con el mismo interés. Algunos, pocos pero muy influyentes, destruyen y dañan gravemente muchos ecosistemas. Otros se esfuerzan por crear una conciencia ecológica y por salvaguardar el ambiente y la biodiversidad, aunque no siempre consiguen buenos resultados.
Explicar la paradoja humana (un ser natural que puede destruir la biodiversidad y puede aniquilarse a sí mismo) y el pluralismo de teorías ante la misma no resulta nada fácil. Porque quienes suponen que basta un evolucionismo ciego y afinalístico para entender al hombre no son capaces luego de fundamentar éticas absolutas y vinculantes racionalmente para todos, éticas de las que no podemos prescindir si, de verdad, hay que tomar serias medidas para defender el planeta.
Por eso, vale la pena buscar propuestas antropológicas que permitan reconocer lo específico del ser humano: su espiritualidad, y su relación directa con un Dios creador. Porque sin tales planteamientos, existe el peligro de justificar las diversas opciones humanas (también aquellas gravemente dañosas para todos los vivientes) como otro producto casual de la evolución, cuando en realidad son la consecuencia de la libertad que permite solamente a los seres espirituales escoger entre el bien y el mal. FP

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