Entre quienes
buscan explicar cuál sería el lugar que el ser humano ocupa en nuestro planeta,
hay algunos que piensan que somos un simple producto de la evolución. Un
producto que tiene algunas particularidades (es imposible negarlas), pero nada
más que un producto.
Pero algunos
de esos autores reconocen también que el ser humano, que depende en todo del
ambiente como los demás seres vivos, es “anómalo”. ¿Por qué? Porque pone en
peligro la supervivencia en el planeta, lo cual exige elaborar proyectos éticos
para evitar una catástrofe ambiental.
De este modo,
tales autores piensan con una especie de dualismo. Por una parte, el hombre es
un viviente más, originado gracias a la evolución como las lombrices y los
elefantes, como las orquídeas y los claveles. Por otra parte, ese hombre tiene
una responsabilidad que ningún otro viviente tiene sobre la tierra.
Se dirá que
tal responsabilidad surge por el hecho de los poderes que “la evolución” habría
otorgado al hombre. Pero si tales poderes son vistos como algo casual y
afinalístico, ¿por qué surgirían deberes éticos especiales para el ser humano,
deberes que nadie exige a otros seres vivos?
Además, entre
los seres humanos no todos tienen la misma ética ni todos consideran el
ambiente con el mismo interés. Algunos, pocos pero muy influyentes, destruyen y
dañan gravemente muchos ecosistemas. Otros se esfuerzan por crear una
conciencia ecológica y por salvaguardar el ambiente y la biodiversidad, aunque
no siempre consiguen buenos resultados.
Explicar la
paradoja humana (un ser natural que puede destruir la biodiversidad y puede
aniquilarse a sí mismo) y el pluralismo de teorías ante la misma no resulta
nada fácil. Porque quienes suponen que basta un evolucionismo ciego y afinalístico
para entender al hombre no son capaces luego de fundamentar éticas absolutas y
vinculantes racionalmente para todos, éticas de las que no podemos prescindir
si, de verdad, hay que tomar serias medidas para defender el planeta.
Por eso, vale
la pena buscar propuestas antropológicas que permitan reconocer lo específico
del ser humano: su espiritualidad, y su relación directa con un Dios creador.
Porque sin tales planteamientos, existe el peligro de justificar las diversas
opciones humanas (también aquellas gravemente dañosas para todos los vivientes)
como otro producto casual de la evolución, cuando en realidad son la
consecuencia de la libertad que permite solamente a los seres espirituales
escoger entre el bien y el mal. FP
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