Mártir, 21 de Abril
Martirologio Romano: En
Roma, conmemoración de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo del
emperador Cómodo, ante el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda
palabra la causa de la fe cristiana, que confirmó con el testimonio de su
sangre al ser condenado a la pena capital (185).
Etimológicamente: Apolonio
= Aquel que brilla, es de origen griego.
Apolonio, senador
romano, era conocido entre los cristianos de la Urbe por su elevada condición
social y profunda cultura. Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el
juez invitó a Apolonio a sincerarse frente al senado.
El presentó -escribe
Eusebio de Cesarea- una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente
fue condenado a muerte. El procónsul Perenio, en atención a la nobleza y fama
de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero se vio obligado a pronunciar la
condena por el decreto del emperador Cómodo (alrededor del año 185).
Reproducimos aquí
algunos pasajes del proceso, en que el mártir afirma su amor por la vida,
recuerda las normas morales de los cristianos recibidas del Señor Jesús, y
proclama la esperanza en una vida futura.
Apolonio: Los
decretos de los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes ustedes
maten, y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros no
encontramos duro el morir por el verdadero Dios, porque por medio de Él somos
lo que somos; por no morir de una mala muerte, lo soportamos todo con
constancia; ya vivos, ya muertos, somos del Señor.
Perenio: ¡Con
estas ideas, Apolonio, tú sientes gusto en morir!
Apolonio: Yo
experimento gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en
absoluto la muerte; indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida, pero
que la vida eterna, que es inmortalidad del alma que ha vivido bien en esta
vida terrena. El Logos (= Palabra) de Dios, nuestro Salvador Jesucristo “nos
enseñó a frenar la ira, a moderar el deseo, a mortificar la concupiscencia, a
superar los dolores, a estar abiertos y sociables, a incrementar la amistad, a
destruir la vanagloria, a no tratar de vengarnos contra aquellos que nos hacen
mal, a despreciar la muerte por la ley de Dios, a no devolver ofensa por
ofensa, sino a soportarla, a creer en la ley que Él nos ha dado, a honrar al
soberano, a venerar solamente a Dios inmortal, a creer en el alma inmortal, en
el juicio que vendrá después de la muerte, a esperar en el premio de los
sacrificios hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes hayan vivido
santamente.
Cuando el juez
pronunció la sentencia de muerte, Apolonio dijo: “Doy gracias a mi Dios,
procónsul Perenio, juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al
omnipotente y unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu Santo, también por
esta sentencia tuya que para mí es fuente de salvación”.
Apolonio murió
decapitado en Roma el domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de
Apolonio: “El mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo,
que fue al encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo
su fúlgido ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe”.
Sabemos también por
el mismo Eusebio que el acusador de Apolonio -como también más tarde el del
futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas quebradas. En efecto,
según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap. IV, 3) atribuye a
Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser condenados a muerte.
Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el siglo pasado, existen
hoy en versión original armenia y griega y en varias traducciones modernas (de
las “Actas de los antiguos mártires”, incorporadas en Eusebio, “Historia
Eclesiástica”, V, 21).
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