Texto del Evangelio (Jn 10,1-10): En aquel tiempo, Jesús habló así: «En verdad, en verdad os digo:
el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por
otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es
pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz;
y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas
las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz
de los extraños». Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo
que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en
verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido
delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo
soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y
encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
«El que entra por la puerta es pastor
de las ovejas (...) las ovejas escuchan su voz (...)
y las ovejas le siguen, porque conocen su voz»
y las ovejas le siguen, porque conocen su voz»
Comentario: Rev. D. Francesc PERARNAU i
Cañellas (Girona, España)
Hoy continuamos
considerando una de las imágenes más bellas y más conocidas de la predicación
de Jesús: el buen Pastor, sus ovejas y el redil. Todos tenemos en el recuerdo
las figuras del buen Pastor que desde pequeños hemos contemplado. Una imagen
que era muy querida por los primeros fieles y que forma parte ya del arte sacro
cristiano del tiempo de las catacumbas. ¡Cuántas cosas nos evoca aquel pastor
joven con la oveja herida sobre sus espaldas! Muchas veces nos hemos visto
nosotros mismos representados en aquel pobre animal.
No hace mucho hemos
celebrado la fiesta de la Pascua y, una vez más, hemos recordado que Jesús no
hablaba en un lenguaje figurado cuando nos decía que el buen pastor da su vida
por sus ovejas. Realmente lo hizo: su vida fue la prenda de nuestro rescate,
con su vida compró la nuestra; gracias a esta entrega, nosotros hemos sido
rescatados: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9).
Encontramos aquí la manifestación del gran misterio del amor inefable de Dios
que llega hasta estos extremos inimaginables para salvar a cada criatura
humana. Jesús lleva hasta el extremo su amor, hasta el punto de dar su vida.
Resuenan todavía aquellas palabras del Evangelio de san Juan introduciéndonos
en los momentos de la Pasión: «La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
De entre las palabras
de Jesús quisiera sugerir una profundización en éstas: «Yo soy el buen pastor,
conozco a las mías y las mías me conocen a mí» (Jn 10,14); más todavía, «las
ovejas escuchan su voz (...) y le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10,3-4).
Es verdad que Jesús nos conoce, pero, ¿podemos decir nosotros que le conocemos
suficientemente bien a Él, que le amamos y que correspondemos como es debido?
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