Hace unos meses un amigo mío me envió un mensaje titulado: “¿En manos de
quién?”, y decía así: “¡Todo depende de en manos de quién está el asunto! Una
pelota de básquetbol en mis manos vale unos 19 dólares, pero en las manos del
mejor jugador de baloncesto vale alrededor de 3.000.000 de dólares. Una raqueta
de tenis en mis manos no sirve para nada, pero en manos de Andy Murray
significa el campeonato en Wimbledon. Una honda en mis manos es un juego de
niños, pero en manos de David es el arma de la victoria del Pueblo de Dios.
Cinco panes y dos peces en mis manos son un par de sándwiches de pescado, pero
en manos de Jesús son el alimento para miles... ¡Todo depende de en manos de
quién está el asunto!” Este mensaje me pareció sumamente adecuado para el tema de nuestra
reflexión de hoy: lo más importante de todo es, en efecto, en manos de quién
está el asunto, porque ¡allí está la clave del verdadero éxito!
El Evangelio nos presenta a Jesucristo rodeado de una enorme muchedumbre
de toda la comarca. Lo seguían anhelantes de escuchar su palabra. Jesús, en su
predicación, les habla del Reino de los cielos, y pasan las horas sin que la
gente se dé cuenta. Estaban todos pendientes de su boca. Hacia media tarde sus
apóstoles lo interrumpen para decirle que ya es muy tarde y que despida a la
gente para que se vaya a las aldeas vecinas y se compre algo de comer. Y Jesús,
con un cierto tono de ironía: “No hace falta que se vayan -les responde-.
Dadles vosotros de comer”. Si eran sus invitados, también serían sus
comensales; y no los iba a despedir en ayunas. Pero esa respuesta, sin duda,
los dejó aún más confundidos... ¿Cómo iban a hacerlo? Ni doscientos denarios de
pan -doscientos dólares, diríamos hoy- alcanzarían para que a cada uno le
tocara un pedacito... Un muchacho de la multitud ofrece a Andrés, el hermano de
Simón Pedro, todo lo que traía en su lonchera: cinco panes y dos peces. Pero
eso, ¿qué era para tantos? ¡Una cantidad sumamente irrisoria! ¡No era nada!
Pero fíjate bien, lector amigo, que es aquí cuando interviene Jesús y
comienza a realizarse el maravilloso milagro de la multiplicación de los panes
que todos conocemos... ¿Qué fue lo que pasó? Dos cosas, aparentemente bien
sencillas, pero prodigiosas y decisivas: primera, que el muchacho ofreciera
toda su “despensa”, que no era casi nada; y segunda, que la pusiera en manos de
Jesús. Y ya sabemos qué pasó a continuación: se saciaron cinco mil hombres con
cinco panes -sin contar mujeres y niños, nos dice el evangelista- y llenaron
doce canastos con los pedazos que sobraron.
¿Cómo era posible? ¡Eran sólo cinco panes y dos peces! ¡Era una
insignificancia, claro! Es absolutamente evidente la desproporción tan abismal
entre los medios materiales que se tienen a disposición y los efectos que logra
nuestro Señor. Sí. Pero para realizar el milagro fueron necesarios esos cinco
panes y esos dos peces. Sin ellos tal vez no habría sucedido nada. Y el Señor
quiere contar con eso para realizar sus prodigios.
Monseñor Francois-Xavier Van Thuan, Obispo vietnamita que pasó trece
años en la cárcel bajo el régimen comunista durante la dura persecución
religiosa en su país, escribió varios libros con hermosos y conmovedores
testimonios personales de ese período de su vida. Uno de ellos se titula
precisamente “Cinco panes y dos peces”. Y allí él trata de resumir en unas
cuantas pinceladas las experiencias espirituales más fuertes de su cautiverio.
“Yo hago - nos confiesa con sencillez- como el muchacho del Evangelio que da a
Jesús los cinco panes y dos peces: eso no es nada para una multitud de miles de
personas, pero es todo lo que tengo. Jesús hará el resto”.
¡Aquí está la primera parte del secreto del éxito!: Darle a Jesús TODO
lo que somos y tenemos. No importa que no sea casi nada, o prácticamente nada.
Lo importante es dárselo porque Él quiere contar con esa nada para hacer sus
obras. Y la segunda parte del secreto es ponerlo en SUS MANOS. Y Él se encarga
de todo lo demás.
Que ésta sea, pues, la moraleja y la enseñanza de hoy: Sé generoso y magnánimo
con Dios y con los demás: da de ti mismo, no seas egoísta ni tacaño. Da de tus
bienes materiales y espirituales, comparte tu tiempo y tus cosas con los demás;
pero, sobre todo, dónate a ti mismo a tu prójimo: ¡no importa que sólo tengas
cinco panes y dos peces! Pon todos tus proyectos, tus inquietudes, tus
preocupaciones, tus miedos, tus deseos, tus sueños, tu familia, tus relaciones,
tu “todo” EN MANOS DE DIOS, pues sabemos que “¡todo depende de en manos de
quién está el asunto!”
Reflexión apostólica
Cristo vino al mundo para darnos el verdadero pan del cielo. Ese pan es
su mismo cuerpo que ha sido entregado en una cruz. Quiere enseñarnos que solo
él puede alimentar el alma. Teniendo en cuenta que de nada sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su alma, debemos aprender a valorar el milagro
de cada comunión. Si vivimos cerca de una iglesia, debemos intentar ir a menudo
a misa, para alimentar el alma y contemplar nuevamente el milagro de la
multiplicación de los panes.
Propósito
Acudiré a recibir la comunión en la misa dominical con más fervor y
agradeciendo al Señor que Él se haya hecho mi alimento espiritual que me
llevará a la vida eterna.
Diálogo final
Gracias, Señor, porque eres bueno, y nunca nos abandonas. Vayamos a
donde vayamos, tu palabra nos guía y alimenta. Haz que aprendamos a amarte cada
día más.
SAC
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