Escucharán mi voz.
No se pueden diseñar programas o técnicas que conduzcan automáticamente
hasta Dios. No hay métodos para encontrarse con Él de forma segura. Cada uno ha
de seguir su propio camino, pues cada uno tiene su manera de abrirse al
misterio de Dios. Sin embargo, no todo favorece en igual medida el despertar de
la fe.
Hay personas que nunca hablan de Dios con nadie. Es un tema tabú; Dios
pertenece al mundo de lo privado. Pero luego tampoco piensan en Él ni lo
recuerdan en la intimidad de su conciencia. Esta actitud, bastante frecuente
incluso entre quienes se dicen creyentes, conduce casi siempre al
debilitamiento de la fe. Cuando algo no se recuerda nunca, termina muriendo por
olvido e inanición.
Hay, por el contrario, personas que parecen interesarse mucho por lo
religioso. Les gusta plantear cuestiones sobre Dios, la creación, la Biblia…
Hacen preguntas y más preguntas, pero no esperan la respuesta. No parece
interesarles. Naturalmente, todas las palabras son vanas si no hay una búsqueda
sincera de Dios en nuestro interior. Lo importante no es hablar de «cosas de
religión», sino hacerle un sitio a Dios en la propia vida.
A otros les gusta discutir sobre religión. No saben hablar de Dios si no
es para defender su propia posición y atacar la del contrario. De hecho, muchas
discusiones sobre temas religiosos no hacen sino favorecer la intolerancia y el
endurecimiento de posturas. Sin embargo, quien busca sinceramente a Dios,
escucha la experiencia de quienes creen en Él e incluso, la de quienes lo han
abandonado. Yo tengo que encontrar mi propio camino, pero me interesa conocer
dónde encuentran los demás sentido, aliento y esperanza para enfrentarse a la
existencia.
En cualquier caso, lo más importante para orientarnos hacia Dios es
invocarlo en lo secreto del corazón, a solas, en la intimidad de la propia
conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o donde
decide vivir solo, de forma atea, sin Dios. Alguien me dirá: «Pero, ¿cómo puedo
yo invocar a Dios si no creo en Él ni estoy seguro de nada?» Se puede. Esa
invocación sincera en medio de la oscuridad y las dudas es, probablemente, uno
de los caminos más puros y humildes para abrirnos al Misterio y hacernos
sensibles a la presencia de Dios en el fondo de nuestro ser.
El cuarto evangelio nos recuerda que hay ovejas que «no son del redil» y
viven lejos de la comunidad creyente. Pero Jesús dice: «También a ésas las
tengo que atraer, para que escuchen mi voz». Quien busca con verdad a Dios
escucha, tarde o temprano, esta atracción de Jesús en el fondo de su corazón.
Primero con reservas tal vez, luego con más fe y confianza, un día con alegría
honda. JAP
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