Mártires, 24 de Marzo
Elogio:
En Cesarea de Palestina, santos mártires
Timolao, Dionisio, Páusides, Rómulo, Alejandro y otro Alejandro, que en la
persecución bajo el emperador Diocleciano fueron conducidos maniatados ante el
prefecto Urbano, donde confesaron que eran cristianos, por lo cual, pocos días
después, con los compañeros Agapio y otro Dionisio, fueron decapitados,
mereciendo las coronas de la vida eterna.
Eusebio de
Cesarea escribió una obra entera dedicada a los mártires de Palestina; resulta
un testimonio privilegiado, ya que el propio Eusebio conoció de primera mano
los hechos. Lamentablemente, la obra no nos llegó íntegra, pero han quedado
fragmentos, que sí han sobrevivido; el más extenso se publica normalmente como
apéndice al libro VIII de la Historia Eclesiástica. Precisamente allí se
recuerda a este grupo de seis jóvenes de distintas procedencias, pero que
padecieron juntos, bajo el prefecto Urbano, durante cuyo mandato se aplicaron
los edictos persecutorios con especial severidad.
Nos cuenta
Eusebio: «¿Quién que haya visto estas cosas [la intrepidez de los mártires, la
ferocidad de los perseguidores] no ha quedado admirado, o si ha escuchado un
relato sobre esto no ha quedado estupefacto? Porque mientras se celebraban por
todas partes las fiestas y espectáculos acostumbrados, se anunció que además de
estos entretenimientos, tendría lugar el combate público de los condenados con
las bestias. Y cuando esta información se difundió en todas direcciones, seis
jóvenes llamados Timolao, del Ponto, Dionisio, de Trípoli en Fenicia, Rómulo,
un subdiácono del grupo de Dióspolis, Páusides y Alejandro, ambos egipcios, y
otro Alejandro de Gaza, uniendo primero sus propias manos, se presentaron ante
Urbano, que estaba por abrir la exhibición, y mostraron gran celo por dar su
testimonio. Confesaron ser cristianos, y su ambición por tales terribles hechos
mostraron que quienes se glorían en la religión del Dios del universo no se
acobardan ante los ataques de las bestias salvajes.»
Naturalmente,
mucho se podría discutir sobre este punto límite entre ser perseguido y
buscarse el martirio; a lo largo de la historia de las persecuciones (no sólo
las antiguas sino también las modernas) es posible que se haya cruzado esa
línea varias veces, a pesar de que casi desde el principio la Iglesia fue clara
en no permitir buscar el martirio; pero no hay duda de que estos mártires,
junto con los otros de la vastísima y crudelísima persecución de Dioclesiano,
representaron el semillero del que una fe que se pretendía que quedara
devastada en pocos años, cobró la fuerza para llenar el mundo y vigorizarlo por
siglos.
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