Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel
tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al
Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho
acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los
pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las
meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a
Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de
Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
«Los
pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño
acostado en el pesebre»
Comentario: Rev. D. Manel
VALLS i Serra (Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia
contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia
maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el ‘encuentro’ de los
pastores ‘con el Niño’, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José.
La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del
gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el
Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son
como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.
‘El pesebre’: Jesús
ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo
ha puesto! Lucas habla de un ‘encuentro’, de un encuentro de los pastores con
Jesús. En efecto, sin la experiencia de un ‘encuentro’ personal con el Señor no
se da la fe. Sólo este ‘encuentro’, el cual ha comportado un ‘ver con los
propios ojos’, y en cierta manera un ‘tocar’, hace capaces a los pastores de
llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar
«a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí
un primer fruto del ‘encuentro’ con Cristo: «Todos los que lo oyeron se
maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de
pedir la gracia de saber suscitar este ‘maravillamiento’, esta admiración en
aquellos a quienes anunciamos el Evangelio. Hay todavía un segundo fruto de
este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por
todo lo que habían oído y visto» (Lc
2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por
comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído
los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la
glorificación del Señor.
María, maestra de
contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre
significa ‘Dios salva’. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el
corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros
labios!
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