Muchas personas se han ido alejando de la fe porque nunca han logrado experimentar que podía ser para ellos fuente de felicidad. Al contrario, siempre han sentido la religión como estorbo y limitación. En su conciencia ha quedado el recuerdo de una religión legalista y rígida que tiene muy poco que ver con la felicidad que ellos buscan. Por otra parte, su relación con Dios ha sido tan ritual e impersonal que difícilmente podía despertar alegría alguna en su interior. Hoy, alejados de toda experiencia religiosa, y respirando un ambiente social que presenta casi siempre la religión como algo negativo y molesto para la humanidad, estas personas sólo sienten desconfianza ante lo religioso. No creen que la fe les pueda aportar nada importante para sentirse mejor. Buscan la felicidad por diferentes caminos; a veces sienten que es fácil quedar atrapado en «una red de satisfacciones falsas y superficiales»; se esfuerzan por encontrar una felicidad digna, pero prescinden de Dios, pues no creen que pueda ser para ellos algo bueno.
Hace unos años, el escritor francés P. du Ruffray hacía esta afirmación: «La humanidad es hoy un enorme orfanato en el que millones de individuos se consideran sin creador, sin redentor y sin padre. ¿Sufren por ello? Algunos sí. Pero la mayoría son como pájaros cuyas alas están cortadas desde el nacimiento. Están hechos para volar, pero no lo saben». Sin embargo, la religión responde a ese deseo fundamental de felicidad que se encierra en el ser humano. Y si no se capta el vínculo que hay entre fe y felicidad, quiere decir que esa fe es todavía superficial o mediocre, y no ha desarrollado todavía en la persona toda su fuerza sanadora y liberadora.
La experiencia del verdadero creyente que, a pesar de su debilidad y pecado, busca a Dios con corazón sincero, es muy diferente. Conoce, como todos los hombres, gozos y alegrías diferentes, pero conoce además el placer de estar con Dios, la dicha de sentirse perdonado de manera total, el gusto de vivir la vida desde su raíz. Esta dicha no se fundamenta sólo en la promesa de una vida eterna. Es algo que, en cierto modo, se puede verificar ya desde ahora. ¿No es verdad que experimentamos una alegría más profunda siempre que vamos más allá de nuestro habitual egoísmo? ¿No es verdad que, cuando la persona se esfuerza por ser fiel a Dios y a su conciencia, llega a conocer lo que es el «placer de ser bueno»? ¿No es verdad que quien vive celebrando la creación como obra de Dios experimenta la vida con hondura diferente?
Hoy celebramos los cristianos la Navidad. Para muchos será una fiesta superficial y llana. Para quienes se sienten creyentes en el fondo de su corazón, será una fiesta gozosa que les recuerda que pueden contar siempre con un Dios cercano que sólo busca nuestro bien. JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario