Hace algún tiempo quería escribirte. Escuché en un programa de
televisión a una señora que contaba sobre su esposo, desanimado, sin fuerzas,
porque no hallaba empleo. Pensé mucho en las dificultades que enfrentaba este
buen hombre.
Como él, somos de barro y en alguna ocasión podremos astillarnos. Y vaya
que todo cuesta en esos momentos. Es entonces cuando conviene recurrir a la
oración. Y encontrarnos con Dios. Verlo a los ojos y dejarnos amar, con su amor
tierno y profundo. Un amor singular, que no es de este mundo y que te llena de
paz.
La oración es el mejor medio para acercarnos al
Padre.
Yo suelo rezar un salmo, el 120. Me encanta por su sencillez y la forma
como nos enseña a confiar, sobre todas la cosas. Me
levanto temprano, miro al infinito y rezo:
Levanto mis ojos a los montes: ¿de
dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me
viene del Señor, que hizo el cielo y la
tierra. No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel. El Señor te
aguarda a su sombra, está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, él
guarda tu alma; el Señor guarda tus
entradas y salidas, ahora y por siempre. CC
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