En sustancia la Vita nos cuenta que Marino fue de familia de mediano patrimonio, no de la nobleza, y que nació en Orleans, en fecha que no señala, pero anterior al 509, como veremos; en su ciudad natal entró en un monasterio de muy joven, pero a pesar de su edad, fue haciéndose conocido por su erudición y piedad. A tal punto destacó (“como lirio entre los árboles del bosque”, nos resume gráficamente el autor) que Gundobado (muerto en el 509), rey del territorio de donde estaba la antigua diócesis de Sisterón de Dróme, puso sus ojos en él para dirigir la comunidad del monasterio de Bodón, posiblemente de fundación real, para lo cual fue encargado por el obispo Juan, de la dicha diócesis. Fue así Marino, no el fundador en sentido propio, pero sí el primer abad de este cenobio.
Allí se desarrolló toda su vida, de la que nada sabemos, excepto su especial carisma para los milagros y las profecías, ya que el resto de la Vita es una ininterrumpida sucesión de hechos portentosos y visiones del futuro, de lo que no sabemos cuánto proviene de testigos directos y cuánto es desarrollo de la tradición en las sucesivas recensiones de la obra. De todos modos, los milagros no llegan al ridículo en ningún momento, sino que todos ellos -asombrosos todos juntos- son perfectamente posibles como manifestación de un extraordinario poder taumatúrgico que el santo no sólo ejerció durante su vida, sino también después de su muerte, que él mismo predijo, y que ocurrió hacia el 550.
Entre sus profecías se cuentan, no sólo su propia muerte, sino la de algunos otros, como la de san Donato, presbítero y eremita, la del fin de su cenobio, o las invasiones que pronto se abatirían sobre Italia. Realizó, tanto en vida como en gloria, muchos más milagros, tal como termina este capítulo de su Vita. El nombre de Marino, así como el lugar del cenobio, Bodón, nos han llegado en infinidad de variantes, de lo que prácticamente puede decirse que no hay dos autores que lo escriban igual.
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