Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel
tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían
a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu
madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde:
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban
sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos.
Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
«Éstos
son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios,
ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre»
Comentario: Rev. D. Josep
GASSÓ i Lécera (Ripollet, Barcelona, España)
Hoy contemplamos a
Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una
multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado
desde Nazaret a Cafarnaúm. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen
fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus
hermanas están fuera y te buscan» (Mc
3,31).
En la respuesta de
Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares.
Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora
que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos
o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece
completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo
aquello que justamente pide a sus discípulos.
En lugar de su
familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada
sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis
hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en
otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su
alrededor.
¿Es que Jesús nos
quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su
palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino
aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su
hermana, su madre. Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se
encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el
cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una
alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.
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