Dulcicio presidió el tribunal, sentado en su trono de gobernador. Su secretario, Artemiso, leyó la hoja de acusaciones, redactada por el procurador. El contenido era el siguiente: «El pensionario Sandro saluda a Dulcicio, gobernador de Macedonia, y envía a su Alteza seis cristianas y un cristiano que se rehusaron a comer la carne ofrecida a los dioses. Sus nombres son: Agape, Quionia, Irene, Casia, Felipa y Eutiquia. El cristiano se llama Agatón». El juez dijo a las mujeres: «¿Estáis locas? ¿Cómo se os ha metido en la cabeza desobedecer al mandato del emperador?» Después, volviéndose hacia Agatón, le preguntó: «¿Por qué te niegas a comer la carne ofrecida a los dioses, como lo hacen los otros súbditos del emperador?» «Porque soy cristiano», replicó Agatón. «¿Estás decidido a seguir siéndolo?» «Sí». Entonces, Dulcicio interrogó a Agape sobre sus convicciones religiosas. Su respuesta fue: «Creo en Dios y no estoy dispuesta a renunciar al mérito de mi vida pasada, cometiendo una mala acción». «Y tú, Quionia, ¿qué respondes?» «Que creo en Dios y por consiguiente no puedo obedecer al emperador». A la pregunta de por qué no obedecía al edicto imperial, Irene respondió: «Porque no quiero ofender a Dios». «¿Y tú, Casia?», preguntó el juez. «Porque deseo salvar mi alma». «¿De modo que no estás dispuesta a comer la carne ofrecida a los dioses?» «¡No!» Felipa declaró que estaba dispuesta a morir antes que obedecer. Lo mismo dijo Eutiquia, una viuda que pronto iba a ser madre. Por esta razón, el juez mandó que la condujesen de nuevo a la prisión y siguió interrogando a sus compañeros: «Agape -preguntó- ¿has cambiado de decisión? ¿Estás dispuesta a hacer lo que hacemos quienes obedecemos al emperador?» «No tengo derecho a obedecer al demonio -replicó la mártir-; todo lo que digas no me hará cambiar». «¿Cuál es tu última decisión, Quionia?», prosiguió el juez. «La misma de antes». «¿No poseéis ningún libro o escrito referente a vuestra impía religión?» «No. El emperador nos los ha arrebatado todos». A la pregunta del juez de quién las había convertido al cristianismo, Quionia respondió simplemente: «Nuestro Señor Jesucristo».
Entonces Dulcio dictó la sentencia: «Condeno a Agape y a Quionia a ser quemadas vivas por haber procedido deliberada y obstinadamente contra los edictos de nuestros divinos emperadores y césares y porque se niegan a renunciar a la falsa religión cristiana, aborrecida por todas las personas piadosas. En cuanto a los otros cuatro, los condeno a permanecer prisioneros hasta que se juzgue conveniente».
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