A nivel mundial, se calcula que 500 millones de personas tienen
artrosis. El mecanismo que la provoca es simple y directo: el cartílago que
protege los extremos de los huesos se desgasta con el tiempo y allí sobrevienen
los síntomas de la enfermedad.
Ese cartílago es un tejido firme y resbaladizo que permite un movimiento
articular casi sin fricción. Con el tiempo, si el cartílago se desgasta por
completo, el hueso se rozará con el hueso. Pero además de la descomposición del
cartílago, esta enfermedad afecta a toda la articulación. Provoca cambios en el
hueso y deterioro de los tejidos conectivos que mantienen unida la articulación
y unen el músculo al hueso. También causa inflamación del revestimiento de las
articulaciones.
Aunque la osteoartritis puede dañar cualquier articulación, el trastorno
afecta con mayor frecuencia a las manos, las rodillas, las caderas y la
columna. En mayor o menor grado, casi todas las personas que superen los 70
años de edad tienen artrosis, pero la evidencia científica muestra que solo una
pequeña parte de ellas tendrá síntomas.
Los signos de la enfermedad a menudo se desarrollan lentamente y
empeoran con el tiempo, con características bien definidas. El dolor es el más
típico, y aparece ya sea durante o después del movimiento. La rigidez de las
articulaciones, otro signo típico, puede ser más notable al despertar o luego
de períodos largos de inactividad. Hay otros síntomas, como el aumento de la
sensibilidad. Con el tiempo, se
suma a esto la pérdida de flexibilidad y la articulación ya no puede utilizar
todo su rango de movimiento. A veces, hay inflamación en los tejidos blancos
que rodean a la articulación enferma. Más
adelante, pueden formarse espuelas óseas o trozos de hueso adicionales que se
perciben al tacto como bultos duros.
Independientemente de que sea un trastorno cuyo riesgo aumenta con la
edad, hay otros factores que contribuyen a su desarrollo. Aunque no hay
evidencia científica concreta de por qué, las mujeres tienen más probabilidades
de desarrollarla.
Otro de los detonantes más importantes es la obesidad, debido a que los
kilos de más en el cuerpo agregan tensión a las articulaciones que soportan
peso, como por ejemplo caderas y rodillas. Además, el tejido graso produce
proteínas que pueden causar inflamación dañina en las articulaciones y
alrededor de ellas.
Las lesiones articulares previas, ya sea por haber practicado ciertos
deportes o haber tenido accidentes, pueden aumentar el riesgo de artrosis. Inclusive
las lesiones que ocurrieron hace muchos años y aparentemente sanaron pueden
aumentar las chances de que aparezca. El esfuerzo que se ejerce de manera repetida en una
articulación, ya sea por un tipo de trabajo o por un deporte en particular,
origina un estrés reiterado que, eventualmente, podría influir en el desarrollo
de una futura artrosis.
La herencia genética, la existencia de articulaciones con malformaciones
de nacimiento y ciertas enfermedades metabólicas (el caso de la diabetes) son
otros posibles factores de riesgo para la aparición y desarrollo de la
artrosis.
El diagnóstico parte de un examen físico que realiza el médico, que
entonces podrá constatar si la articulación dolorida tiene afectadas su
sensibilidad y flexibilidad, si está hinchada o enrojecida. Es factible que a
partir de allí solicite determinados estudios de imágenes, como radiografías
(pueden mostrar la pérdida de cartílago o la formación de espolones óseos
alrededor de la articulación). Por otro lado, los análisis de laboratorio
pueden ayudar a confirmar el diagnóstico.
Aunque no hay un análisis de sangre para la artrosis, ciertas pruebas
pueden ayudar a descartar otras causas de dolor articular, como la artritis
reumatoidea. El análisis de fluidos articulares, por otro lado, da la
posibilidad de verificar si el dolor es causado por otra enfermedad, como la
gota, o por una infección.
Aunque el desgaste articular no se puede revertir, sí pueden tratarse
los síntomas. Esto se hace básicamente a través de ciertos antiinflamatorios
(ya sea por boca o en forma de geles que se aplican sobre la articulación),
analgésicos específicos, y/u otros medicamentos.
Pero más allá de los fármacos, que deberán ser evaluados por cada
profesional médico y según cada paciente, es fundamental la terapia física para
fortalecer los músculos alrededor de la articulación, aumentar su flexibilidad
y reducir el dolor. También hay procedimientos quirúrgicos, inyecciones de
medicamentos corticosteroides o de sustancias que ayudan a lubricar las
articulaciones, pero ya son tratamientos menos frecuentes.
Finalmente, para casos graves, el especialista puede llegar a considerar
necesario hacer un reemplazo de la articulación o artroplastia. Ninguna de
estas opciones está exceptuada de tener efectos secundarios y riesgos, sobre
todo cuando de cirugía se trata, por eso en cada caso habrá que evaluar muy
bien qué medida es la más conveniente para cada paciente. CAEME
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