Pocas
parábolas pueden provocar mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la
productividad y la eficacia que esta pequeña parábola en la que Jesús compara
el reino de Dios con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce
sin la intervención del sembrador.
Esta
parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del
sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador
duerme, la semilla va germinando y creciendo «ella sola», sin la intervención
del agricultor y «sin que él sepa cómo».
Acostumbrados
a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que
el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la
ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la
vida que vamos recibiendo de Dios.
La
sociedad actual nos empuja con tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el
rendimiento que ya no percibimos hasta qué punto nos empobrecemos cuando todo
se reduce a trabajar y ser eficaces.
De
hecho, la «lógica de la eficacia» está llevando al hombre contemporáneo a una
existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el
mundo y las personas, a un vaciamiento interior y a ese «síndrome de
inmanencia» (José María Rovira Belloso)
donde Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.
La
vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que hemos de
acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita
aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también
contemplativa. La vida adquiere una dimensión nueva y más profunda cuando
acertamos a vivir la experiencia del amor gratuito, creativo y dinamizador de
Dios.
Necesitamos
aprender a vivir más atentos a todo lo que hay de regalo en la existencia;
despertar en nuestro interior el agradecimiento y la alabanza; liberarnos de la
pesada «lógica de la eficacia» y abrir en nuestra vida espacios para lo gratuito.
Hemos
de agradecer a tantas personas que alegran nuestra vida, y no pasar de largo
por tantos paisajes hechos solo para ser contemplados. Saborea la vida como
gracia el que se deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada
día, el que se deja agraciar y bendecir por Dios. JAP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario