Pero las mejores seguridades no pueden eliminar lo propio de la vida humana: la incertidumbre. Porque todo lo que está sometido al tiempo y al espacio puede dar un vuelco en cualquier momento.
Por eso, no existen seguridades perfectas. Ni esta vacuna nos garantizará vivir hasta los 80 años, ni el contrato laboral será suficiente para que una crisis no nos arroje a la calle, ni el mejor de los amigos estará a nuestro lado cuando llegue una situación difícil.
Nuestras mejores seguridades son, en el fondo, inseguras, porque la vida está rodeada de imprevistos. Por eso, causa pena, o nos lleva a una sonrisa irónica, escuchar a un político decir que no habrá subida de precios, o que la epidemia ya está completamente controlada.
Constatar que vivimos entre seguridades inseguras no significa prescindir de todo aquello que ayude a prevenir desastres, a controlar enfermedades, a promover mejoras en las leyes.
Sin embargo, al poner en marcha normas y decisiones que sirvan para mejorar la seguridad de todos, hemos de ser realistas y aceptar que siempre habrá aspectos que escapen al control de las mejores previsiones: la inseguridad es un ingrediente que no se puede eliminar de la vida humana.
Cada día inicia como una aventura llena de incertezas. Normalmente, las cosas siguen un flujo ordinario, sin sobresaltos. Las seguridades funcionan muchas veces. Pero en otras ocasiones, un poco de aceite en el suelo puede provocar un accidente que cambie por completo el curso de nuestra vida.
Por eso, para no quedar angustiados ante lo imprevisible, y para no asfixiarnos con un exceso de seguridades que nunca podrán suprimir las inseguridades cotidianas, vale la pena vivir sin miedos patológicos.
A cada día le basta su afán, enseñaba Cristo. Este día usaré lo mejor posible las seguridades que me faciliten vivir serenamente, acogeré los imprevistos que cambien mis planes, y me abriré a la providencia de Dios, que ayuda a caminar con esperanza en medio de los mil acontecimientos de la vida... FP
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