Religioso
presbítero, 31 de Agosto.
Elogio: En
el desierto de Vallucola, en la Toscana, beato Andrés de Borgo Sansepolcro,
presbítero de la Orden de los Siervos de María, entregado a la penitencia y a
la contemplación.
País: Italia - †: 1315
Alrededor del
año 1250, vino al mundo Andrés Dotti en la población de Borgo San Sepolcro, de
la Toscana. Su familia, muy distinguida (un hermano de Andrés fue capitán en la
guardia personal del rey Felipe el Hermoso), le dio una educación de acuerdo
con su medio, es decir, esmerada, pero sin abordar para nada la religión. Sin
embargo, el joven, piadoso por inclinación natural, se hizo terciario secular
de los servitas a la edad de diecisiete años. Poco tiempo después, se realizó un
capítulo general de la orden en Borgo San Sepolcro y, por supuesto, Andrés
asistió a todas las ceremonias, incluso a escuchar el sermón que predicó san
Felipe Benizi, el prior general. El tema del discurso era la recomendación de
Cristo: «El que no renuncie a todo cuanto posea, no llegará a ser mi
discípulo», y la fogosa elocuencia del orador tocó las fibras más íntimas del
corazón de Andrés. Inmediatamente fue a ofrecerse a san Felipe, fue aceptado y
se convirtió en un fraile servita. Después de recibir la ordenación sacerdotal,
ingresó a uno de los monasterios, el que gobernaba san Gerardo Sostegni, uno de
los siete fundadores de la Orden; de ahí salió convertido en un predicador
vehemente que obtuvo mucho éxito en toda la comarca vecina. Con frecuencia acompañaba
a san Felipe Benizi en sus jornadas misioneras. Andrés se conquistó a varios
ermitaños que llevaban una vida retirada, pero muy indisciplinada, en las
cercanías de Vallucola, y los hizo entrar en la orden servita y someterse a sus
reglas. El propio Andrés fue nombrado superior de aquel grupo y desempeñó el
trabajo hasta que fueron requeridos sus servicios para que saliese a predicar o
actuase como prior temporal en diversos monasterios. Se hallaba presente en
Monte Senario en 1310, cuando murió ahí san Alejo Falconieri, el principal de
los fundadores de los servitas, y quedó tan profundamente impresionado, que
pidió permiso a sus superiores para retirarse a una ermita y prepararse a bien
morir, a pesar de que apenas tenía cincuenta y nueve años. Desde entonces,
Andrés vivió entregado a las mortificaciones, tuvo visiones y abundantes
gracias, incluso un aviso sobre su próxima muerte. Cuando llegó la fecha
anunciada, el beato se hallaba en buenas condiciones de salud y, desde
temprano, salió de su ermita para dirigirse a una peña donde acostumbraba a dar
conferencias a sus hermanos. Cuando llegaron los otros monjes, se encontraron
con que Andrés, su amado padre, estaba arrodillado de cara a la roca, inmóvil,
como arrobado en éxtasis; pero en realidad, ya estaba muerto. Fue sepultado en
la iglesia de Borgo de San Sepolcro donde la veneración popular que se le
rindió fue recompensada con numerosos milagros. En 1806, el Papa Pío VII,
aprobó el antiguo culto.
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