Lo imposible queda fuera del alcance de las opciones humanas. Lo posible, en cambio, aparece ante
nosotros como algo realizable.
¿Cómo explicar lo posible? Como aquello que puede empezar a existir (si
todavía no existe) o a ser de otra manera (si ya existe).
Es posible, por ejemplo, ahorrar dinero y mejorar el tráfico en una ciudad
si uno usa menos el coche y más el autobús o el metro.
Es posible tener la habitación limpia si se dedica
menos tiempo a internet y se ponen los medios para quitar polvo, manchas y
telarañas.
Es posible mejorar las relaciones con un familiar o
un compañero de trabajo si reflexionamos antes de hablar para escoger palabras
adecuadas y acompañadas con cariño.
Es posible morir en paz con Dios y con los demás, si superamos actitudes
negativas de odio, de egoísmo, de maldad. Un posible que puede llevar a un
resultado maravilloso: el cielo.
Desde luego, en la lista de ejemplos aparecen también los negativos: es
posible decir una tontería hiriente a una persona que genere un proceso de
desconfianza y de tensiones.
La lista de acciones y resultados posibles es
larguísima. Tanto que, a veces, al constatar que existen muchas posibilidades,
no sabemos cuáles escoger primero, cuáles posponer, y cuáles excluir con
firmeza.
La vida sigue su marcha, inexorable. El tiempo no se detiene. En cada
momento escogemos, entre tantos posibles, unos. Según las opciones, queda menos
tiempo para otras posibilidades.
Lo importante, entonces, es optar correctamente. No según gustos, ni presiones malsanas, ni miedos, ni intereses
turbios. Solo tiene valor lo que se escoge desde el amor y para el amor.
Vuelvo a mirar ese futuro cercano o lejano que depende, en buena parte, de
mis elecciones. Pido ayuda a Dios y consejo a personas prudentes para que
escoja posibles valiosos.
Así el mundo (cercano o lejano: algunas opciones
llegan a donde ni siquiera podemos imaginar) mejorará un poco y se abrirá al
encuentro, definitivo, con el Dios que espera a sus hijos tras la frontera de
la muerte. FP
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