Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al
cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste,
para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que
sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado
a ellos como me has amado a mí.
»Padre, los
que tú me has dado, quiero que donde yo esté, estén también conmigo, para que
contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la
creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he
conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer
tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has
amado esté en ellos y yo en ellos».
«Padre santo, no ruego
sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí»
Comentario: P. Joaquim PETIT Llimona,
L.C. (Barcelona, España)
Hoy, encontramos en el
Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre santo, no ruego sólo
por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que,
en la intimidad con los suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor.
Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que
tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración
indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y
fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión
apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que
afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la
fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.
La contemplación de esta
realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a
nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...)
creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma
intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de
los creyentes.
En el recuerdo de la última
visita de San Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el
eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a
todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El
recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en
fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y
ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón
después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la
victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya
que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo
será para los que se convierten a Él?» (San
León Magno).
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