Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de
vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le
dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame
algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y
después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque
hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo
que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer’».
«Hemos hecho lo que
debíamos hacer»
Comentario: Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta
(Badalona, Barcelona, España)
Hoy, la atención del Evangelio
no se dirige a la actitud del amo, sino a la de los siervos. Jesús invita a sus
apóstoles, mediante el ejemplo de una parábola a considerar la actitud de
servicio: el siervo tiene que cumplir su deber sin esperar recompensa: «¿Acaso
tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?» (Lc 17,9). No obstante, ésta no es la
última lección del Maestro acerca del servicio. Jesús dirá más adelante a sus
discípulos: «En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce
lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer
todo lo que he oído a mi Padre» (Jn
15,15). Los amigos no pasan cuentas. Si los siervos tienen que cumplir con
su deber, mucho más los apóstoles de Jesús, sus amigos, debemos cumplir la
misión encomendada por Dios, sabiendo que nuestro trabajo no merece recompensa
alguna, porque lo hacemos gozosamente y porque todo cuanto tenemos y somos es
un don de Dios.
Para el creyente todo es signo,
para el que ama todo es don. Trabajar para el Reino de Dios es ya nuestra
recompensa; por eso, no debemos decir con tristeza ni desgana: «Somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10), sino con la alegría de aquel que ha sido llamado a
transmitir el Evangelio.
En estos días tenemos presente
también la fiesta de un gran santo, de un gran amigo de Jesús, muy popular en
Cataluña, san Martín de Tours, que dedicó su vida al servicio del Evangelio de
Cristo. De él escribió Sulpicio Severo: «Hombre extraordinario, que no fue
doblegado por el trabajo ni vencido por la misma muerte, no tuvo preferencia
por ninguna de las dos partes, ¡no temió a la muerte, no rechazó la vida!
Levantados sus ojos y sus manos hacia el cielo, su espíritu invicto no dejaba
de orar». En la oración, en el diálogo con el Amigo, hallamos, efectivamente,
el secreto y la fuerza de nuestro servicio.
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