Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos:
«Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de
malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta
de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí
mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración?
Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que
cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.
»Y convocando
uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi
señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo,
siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto
debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe
ochenta’.
»El señor
alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos
de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la
luz».
«Los hijos de este mundo
son más astutos (...) que los hijos de la luz»
Comentario: Mons. Salvador CRISTAU i Coll
Obispo Auxiliar de Terrassa (Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos presenta
una cuestión sorprendente a primera vista. En efecto, dice el texto de san
Lucas: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado
astutamente» (Lc 16,8).
Evidentemente, no se nos
propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el
Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el
administrador. Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la
habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero
ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del Reino de Dios:
«Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos
de la luz» (Lc 16,8).
Todo ello nos muestra —¡una vez
más!— que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas
de siempre. En la actualidad hablamos de tráfico de influencias, de corrupción,
de enriquecimientos indebidos, de falsificación de documentos... Más o menos
como en la época de Jesús.
Pero la cuestión que todo esto
nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras
apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y, al hablar de astucia,
tendríamos también que hablar de interés. ¿Estamos interesados realmente en el
Reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta
como hijos de la luz? Jesús dijo también que allí donde esté nuestro tesoro
estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21).
¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos para conocer
dónde está nuestro tesoro... Nos dice san Agustín: «Tu anhelo continuo es tu
voz continua. Si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo».
Quizás hoy, ante el Señor,
tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como hijos de la luz,
es decir nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con nuestros hermanos.
«En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre
fidelidad e infidelidad, entre bien y mal (…). En definitiva —dice Jesús— hay
que decidirse» (Benedicto XVI).
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