Un pensador
portugués escribió un ensayo sobre la ceguera que le valió, entre otras obras,
el premio Nobel de literatura. Su tesis es un análisis de la sociedad a través
de una epidemia simbólica sumamente contagiosa. Uno de los personajes anónimos
se queda ciego (ceguera blanca) y al pedir ayuda contagia al que le presta
ayuda y así se van contagiando sucesivamente, hasta que el gobierno X confina a
todos en un lugar a propósito, para evitar una pandemia. Les da todo lo
necesario para sobrevivir, pero no se compromete a más, y deja a todos que
vivan a su antojo. Allí no hay ninguna obligación, ninguna ley ética, ninguna
ley moral, que rija su comportamiento y los ayude a trascenderse.
Esto los lleva
a olvidar su vida anterior, sus costumbres sociales, sus tradiciones
transmitidas de generación en generación, hasta rebajarse y volver a su
condición de animales. El hombre sin freno de ninguna clase, sin una ley que lo
dirija, llega a portarse como éstos, porque los instintos son ciegos. Y todos
somos animales en realidad, afirma el escritor. Pero hay una escena anterior
que llama la atención, ya que la ceguera podría tener sus niveles: el médico
que atiende al primer afectado, ignorando la causa de la ceguera de su
paciente, le dice: “no puedo recetarte a ciegas”.
La ignorancia
aceptada libremente es causa de ceguera (José Saramago, autor) ¡Un ciego no
puede guiar a otro ciego, claro! El autor, pues, denuncia la ceguera de la
sociedad, donde se aplica el dicho popular: no hay más ciego que quien no
quiere ver. Perdón si me detuve mucho en el simbolismo de este autor, pero a mí
me ha abierto los ojos.
Ahora bien,
caigamos en la cuenta de que la ceguera que denuncia Jesús, no es problema de
los ojos sino de la conciencia mal manejada. Y, ¿cómo liberarnos de esta
ceguera? Bueno, muchos afirman que la misericordia es la que define a Dios y
que es su misericordia la que permite al hombre caminar y vivir en la luz
verdadera (Mt 9,5-6; 21,14). Es esa
Luz, con mayúscula, quien puede ayudarnos a encontrarnos con la Verdad y con
nuestra verdad.
Finalmente, no
es cosa de poca importancia creer o no creer en Jesucristo cuando se trata de
enfrentar las luchas de la vida: todo seguidor de Jesucristo está llamado a ver
más allá del horizonte humano, porque está llamado a trascenderse, teniendo
como objetivo la consecución de todas las promesas de su salvador. Sabe, por
ejemplo, aceptar eso que Juan dice en su evangelio, entre otras verdades: “La
luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron...” Ojalá que
esta afirmación no valga para nosotros... y más adelante dice: “La luz
verdadera que ilumina a todo hombre...”, refiriéndose al mismo Señor (Jn 1,5 y 9).
Piensa, pues en
ti y piensa también en el mundo que te ha tocado vivir, porque parece que somos
una humanidad ciega, que no puede sostenerse por sí misma. JDM
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