Texto del Evangelio (Mt 1,16.18-21.24a): Jacob engendró a José, el esposo de
María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue
de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar
a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su
marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió
repudiarla en secreto.
Así lo tenía
planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José,
hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en
ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Despertado José del
sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado.
«Su madre, María, estaba
desposada con José»
Comentario: Abbé Marc VAILLOT (París,
Francia)
Hoy, nos invita la Iglesia a
contemplar la amable figura del santo Patriarca. Elegido por Dios y por María,
José vivió como todos nosotros entre penas y alegrías. Hemos de mirar
cualquiera de sus acciones con especial interés. Aprenderemos siempre de él.
Nos conviene ponernos en su piel para imitarle, pues así lograremos responder,
como él, al querer divino.
Todo en su vida —modesta,
humilde, corriente— es luminoso. Por eso, célebres místicos (Teresa de Ávila, Hildegarde de Bingen,
Teresita de Lisieux), grandes fundadores (Benito, Bruno, Francisco de Asís, Bernardo de Clairvaux, Josemaría
Escrivá) y tantos santos de todos los tiempos nos animan a tratarle y
amarle para seguir las huellas del que es Patrón de la Iglesia. Es el atajo
para conseguir santificar la intimidad de nuestros hogares, metiéndonos en el
corazón de la Sagrada Familia, para llevar una vida de oración y santificar
también nuestro trabajo.
Gracias a su constante unión a
Jesús y a María —¡ahí está la clave!— José puede vivir sencillamente lo
extraordinario, cuando Dios se lo pide, como en la escena del Evangelio de la
misa de hoy, pues realiza sobre todo habitualmente las tareas ordinarias, que
nunca son irrelevantes pues aseguran una vida lograda y feliz, que conduce
hasta la Beatitud celeste.
Todos podemos, escribe el papa
Francisco, «encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre
de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía
en tiempos de dificultad (...). José nos enseña que tener fe en Dios incluye
además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras
fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas
de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».
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