No
es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para
verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del
otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre,
más amor que muchas palabras conmovedoras.
Pero
se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a
privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano
que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se
traduce en afecto cordial.
Amar
al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo,
valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro
amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de
simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o
rechazo.
Naturalmente,
nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la
riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor
cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las
personas.
Esta
cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni
simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la
actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.
Tal
vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de
esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas
nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a
sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece
la amistad, hace crecer la fraternidad.
La
cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues
se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir
al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en
su entorno un mundo más humano y habitable.
Jesús
insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona
agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas
que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario?». JAP
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