¿Qué tiene que ver el origen de Jesús con la fe? ¿Qué podemos
aprender de la actitud de María en ese origen? ¿De qué nos puede servir esto
ante las dificultades? Al comienzo del año, y en la ‘cuesta’ de Enero, nos
conviene plantearnos cómo nos ayuda la fe.
De esto se ocupó Benedicto XVI en su audiencia general del 2
de enero, con el título: “Fue concebido por obra del Espíritu Santo”. Ante la
gruta de Belén surge la pregunta de cómo pudo aquel Niño cambiar radicalmente
el curso de la historia. Y aún otra pregunta más profunda, que hizo Pilatos:
“¿De dónde eres tú?” (Jn 19, 9).
Jesús había dicho “Yo soy el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41), pero muchos no le habían
querido escuchar, pensando que conocían bien a su padre y a su madre (cf. Jn 6, 42). Y luego les había
insistido: “Yo no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien
vosotros no conocéis, es veraz” (Jn 7,
28).
El Papa se detiene mostrando cómo el origen de Jesús está
claro en los Evangelios, sobre todo en las palabras del ángel Gabriel a María.
Al mismo tiempo, todo ello nos enseña acerca de lo que supone la fe cristiana.
El verdadero origen de Jesús
Los cuatro Evangelios, señala Benedicto XVI, responden con
claridad a la pregunta de dónde viene Jesús: su verdadero origen es Dios Padre,
pero de una manera muy distinta a cualquier otro profeta o enviado por Dios. “El
Espíritu Santo -se lee en el Evangelio según San Lucas- vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
Y en el de San Mateo, las palabras dirigidas a San José: “Lo que en ella ha
sido concebido es obra del Espíritu Santo” (Mt
1, 20).
De hecho, apunta el Papa, al rezar el Credo en estos días
navideños, y llegar a la expresión “por obra del Espíritu Santo se encarnó de
María, la Virgen”, la liturgia nos pide que nos arrodillemos. Y muchas grandes
obras de música sacra (como la Misa de la Coronación, de Mozart) se detienen de
modo especial en esa frase, “casi queriendo expresar con el lenguaje universal
de la música aquello que las palabras no pueden manifestar: el misterio grande
de Dios que se encarna, que se hace hombre”.
Observa también Benedicto XVI que en la expresión “por obra
del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen”, se incluyen cuatro sujetos:
además del Espíritu Santo y María, se sobreentiende Jesús, que se hizo carne en
el seno de la Virgen. Y si miramos cómo define el Credo a Jesús (unigénito Hijo
de Dios, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la
misma naturaleza del Padre), descubrimos que Jesús remite a la persona del
Padre, que es, en realidad, el primer sujeto de esa frase: el Padre, que con el
Hijo y el Espíritu Santo, es el único Dios.
El papel de María
A continuación el Papa profundiza en el papel de María en la
encarnación del Hijo de Dios. Gracias a ella, tenemos a Dios con nosotros. “Así,
María pertenece en modo irrenunciable a nuestra fe en el Dios que obra, que
entra en la historia. Ella pone a disposición toda su persona, ‘acepta’
convertirse en lugar en el que habita Dios. (...) Dios ha elegido precisamente
a una humilde mujer, en una aldea desconocida, en una de las provincias más lejanas
del gran Imperio romano”. Por eso no debemos temer ante nuestra pobreza o
inadecuación para dar testimonio de Jesucristo.
La explicación del ángel a María: “El Espíritu vendrá sobre
ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (1, 35), remite en primer lugar al comienzo de la creación cuando “el
espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Gn. 1, 2); Él es el Espíritu creador que está en el origen de
todas las cosas y del ser humano. Por eso “lo que acontece en María –observa el
Papa–, a través de la acción del mismo Espíritu divino, es una nueva creación:
Dios, que ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo
inicio de la humanidad”. Por eso los Padres de la Iglesia hablan de Cristo como
“el nuevo Adán”.
Nacer de nuevo como hijos de Dios
Y en el Año de la Fe, añade Benedicto XVI: “Esto nos hace
reflexionar sobre cómo la fe trae también a nosotros una novedad tan fuerte
capaz de producir un segundo nacimiento”. En efecto –agrega–, “en el comienzo
del ser cristianos está el Bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios,
nos hace participar en la relación filial que Jesús tiene con el Padre”. Hace
notar que el Bautismo no es algo que nosotros hacemos sino que recibimos, y al
recibirlo nos hace hijos de Dios (cf. cf.
Rm. 8, 14-16).
Cabría preguntar cómo se concreta, en nuestro caso, ese
“nacer de nuevo”. Así lo dice el Papa, explicando que no se trata de algo que
sucede sólo cuando nos bautizamos, sin que tomemos parte ‘activa’ en ello, como
es el caso del bautismo de los niños pequeños. Ahora sigue sucediendo, pero
solo si nos abrimos a Dios por la fe: “Solo
si nos abrimos a la acción de Dios, como María, sólo si confiamos nuestra vida
al Señor como a un amigo de quien nos fiamos totalmente, todo cambia, nuestra
vida adquiere un sentido nuevo y un rostro nuevo: el de hijos de un Padre que
nos ama y nunca nos abandona”.
Ser morada de de Dios entre los hombres
En segundo lugar, el ángel le dice a María: “la fuerza del Altísimo
te cubrirá con su sombra”. Alude así a la nube que, durante el camino del éxodo
del pueblo de Israel por el desierto, se detenía sobre la tienda que guardaba
el arca de la Alianza, indicando la presencia de Dios (cf. Ez 40, 34-38). Aquí se quiere indicar -señala Benedicto XVI-
que “María, por lo tanto, es la nueva tienda santa, la nueva arca de la alianza:
con su ‘sí’ a las palabras del arcángel, Dios recibe una morada en este mundo,
Aquel que el universo no puede contener establece su morada en el seno de una
virgen”.
Y esto también se nos aplica. También Dios puede hacerse
presente en el mundo por medio de nosotros: “Aunque a menudo nos sintamos
débiles, pobres, incapaces ante las dificultades y el mal del mundo, el poder
de Dios actúa siempre y obra maravillas precisamente en la debilidad. Su gracia
es nuestra fuerza (cf. 2 Co 12, 9-10)”.
RP
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