Nuestra vida es un continuo caminar o peregrinar hacia la
casa del Padre, con mucho o poco equipaje. Cada uno escoge lo que más le
conviene.
La Biblia nos habla de esta peregrinación de los hijos de
Adán, Abraham y de los hijos de Dios. Somos forasteros como todos nuestros
padres. “Por la fe salió Abraham sin saber a dónde iba... Con fe murieron todos
estos, (Abraham, Isaac, Jacob) confesando ser extranjeros y peregrinos en la
tierra” (Hb 11, 8- 9).
Cristo es “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). El peregrinar de Jesús está sintetizado cuando dice:
“Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo, ahora dejo el mundo y me
vuelvo al Padre... Padre, tú me los confiaste; quiero que, donde yo estoy,
estén también conmigo y contemplen mi gloria...” (Jn 16, 28; 17,24). Tras sus huellas deben caminar sus discípulos y
los cristianos. El mismo manda ir por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva (Mt 28, 19). El seguir a Jesús es un
constante ‘salir’, un peregrinar por caminos difíciles y desconocidos. En esta
peregrinación no estamos solos, el Señor es nuestro compañero, aunque es cierto
que nos puede pasar como a los de Emaús, que tardemos en darnos cuenta de que
Él camina con nosotros.
Cada religión, cada país y cada pueblo, tienen sus lugares
propios de peregrinación. Para los cristianos son famosos: Tierra Santa, Roma,
Santiago y todos los lugares sagrados marianos y de los santos.
Y para llegar a todos los lugares de peregrinación hay
diferentes caminos que se recorren de muy diferentes maneras: a pie, en bici,
en carro, en avión. Hay un camino externo y otro interno.
El camino externo cuenta con sus limitaciones: el cansancio,
los dolores, el sol, el frío- En el interno nos encontramos con falta de fe,
falta de generosidad y entrega.
Cada uno tiene que hacer su camino, salir de lo conocido para
ir a lo desconocido e imprevisible, dejar la seguridad para vivir a la
intemperie. Para perseverar en este caminar se tendrá que creer en la fuerza
del Espíritu y gustar y ver qué bueno es el Señor.
El camino debe apuntar siempre a la meta. Y para llegar a la
meta hay que mantener muy alta la mirada, tener grandes ideales. “Si te atreves
a seguir altos ideales, esos mismos ideales duplicarán tus fuerzas para que
puedas alcanzarlos” (proverbio sueco).
En todo peregrinar nos damos cuenta de la cercanía de Dios, y
al acercarnos a ese gran misterio de Dios reconocemos cuán lejos está de
nuestras mentes y de nuestra vida.
Y en todo caminar, bien hacia un Santuario o a la Casa del
padre, necesitamos orar con todo nuestro corazón, en todo momento y en todo
lugar. La oración tiene que ser el alimento del caminante.
El peregrino ruso describe lo que era la oración para él. “El
rezo silencioso de la oración de Jesús en el fondo del corazón me confortaba y sostenía
en mi viaje. Ninguna circunstancia externa, ninguna ocupación la impedían.
Cuando me ocupaba en algún asunto, la oración me ayudaba a resolverlo más
rápidamente. Mientras escuchaba o leía, la oración seguía brotando de mi
corazón” (Anónimo).
La oración dará la fuerza para seguir adelante, hasta el
final, no mirando cómo están los zapatos o sandalias. Ligero de equipaje se va
mejor y se llega antes. EGN
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