No
son pocos los que se han alejado de la fe, escandalizados o decepcionados por
la actuación de una Iglesia que, según ellos, no es fiel al evangelio ni actúa
en coherencia con lo que predica. También Jesús criticó con fuerza a los
dirigentes religiosos: «No hacen lo que dicen». Solo que Jesús no se quedó ahí.
Siguió buscando y llamando a todos a una vida más digna y responsable ante
Dios.
A
lo largo de los años, también yo he podido conocer, incluso de cerca,
actuaciones de la Iglesia poco coherentes con el evangelio. A veces me han
escandalizado, otras me han hecho daño, casi siempre me han llenado de pena.
Hoy, sin embargo, comprendo mejor que nunca que la mediocridad de la Iglesia no
justifica la mediocridad de mi fe.
La
Iglesia tendrá que cambiar mucho, pero lo importante es que cada uno reavivemos
nuestra fe, que aprendamos a creer de manera diferente, que no vivamos
eludiendo a Dios, que sigamos con honestidad las llamadas de la propia
conciencia, que cambie nuestra manera de mirar la vida, que descubramos lo
esencial del evangelio y lo vivamos con gozo.
La
Iglesia tendrá que superar sus inercias y miedos para encarnar el evangelio en
la sociedad moderna, pero cada uno hemos de descubrir que hoy se puede seguir a
Cristo con más verdad que nunca, sin falsos apoyos sociales y sin rutinas
religiosas. Cada uno hemos de aprender a vivir de manera más evangélica el
trabajo y la fiesta, la actividad y el silencio, sin dejarnos modelar por la
sociedad, y sin perder nuestra identidad cristiana en la frivolidad moderna.
La
Iglesia tendrá que revisar a fondo su fidelidad a Cristo, pero cada uno hemos
de verificar la calidad de nuestra adhesión a él. Cada uno hemos de cuidar
nuestra fe en el Dios revelado en Jesús. El pecado y las miserias de la
institución eclesial no me dispensan ni me desresponsabilizan de nada. La
decisión de abrirme a Dios o de rechazarlo es solo mía.
La
Iglesia tendrá que despertar su confianza y liberarse de cobardías y recelos
que le impiden contagiar esperanza en el mundo actual, pero cada uno somos
responsables de nuestra alegría interior. Cada uno hemos de alimentar nuestra
esperanza acudiendo a la verdadera fuente. JAP
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