El objeto de esta fiesta es agradecer a Dios por la gracia que ha concedido a
sus elegidos y movernos a imitar sus virtudes y a seguir su ejemplo o a
implorar la divina misericordia por la intercesión de tan poderosos abogados.
Todos
los que están en la presencia del Señor son santos. Unos en los altares, otros
anónimos pero no por eso menos cerca del corazón del Padre Eterno.
Hay
santos de todas las edades, de todas las razas y condiciones sociales para
mostrarnos que todos los hombres y mujeres podemos y somos capaces de ser
santos. Unos nacieron en el lujo de los palacios y otros en humildes chozas.
Unos fueron militares, otros comerciantes, magistrados, pescadores, monjas, religiosos, personas casadas, reyes, viudas, esclavos y hombres libres y pecadores.
Los
hay que llegaron a la santidad por el martirio y los hay que se santificaron
día a día con el cumplimiento de las cosas cotidianas, con las pequeñas cosas.
Se santificaron en las circunstancias ordinarias de su vida: lo mismo en la
prosperidad que en la adversidad, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza
o en la pobreza. Siempre supieron hacer, de las circunstancias de su vida un
medio de santificación.
En
esta fiesta como en las demás conmemoraciones de los santos, es Dios quién
constituye el objeto supremo de Adoración y a Él va dirigida fundamentalmente
la veneración que tributamos a sus siervos, pues El es el dador de todas las
gracias.
Nuestras
oraciones a los santos no tiene otro objeto que el de pedir y alcanzar que
intercedan por nosotros ante Dios, por consiguiente el fervor con que
celebremos esta fiesta debería ser un culto de reparación por la tibieza con
que dejamos pasar todas las fiestas religiosas del año.
Recordaremos
a todos los seres queridos que se han ido y que por la gran misericordia y el
amor infinito de Dios están en su presencia y pidámosles que ellos que ya están
en el regazo del Padre, nos iluminen para seguir por el camino de salvación.
El
día 2 de Noviembre, la Iglesia pedirá por todos los que ya no están con
nosotros por ser un día dedicado a los que terminaron su misión en la tierra y
que la Iglesia le da el nombre de DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS y que todos
conocemos como el Día de Muertos.
Para ellos, nuestro recuerdo lleno de amor y nuestras oraciones. Tal vez no
todos han purificado su alma y aún están en la necesidad de nuestras misas y
oraciones para llegar a la presencia del Señor, pero de todas maneras es bueno
que no olvidemos y pidamos por aquellas almas más necesitadas, porque tal vez
no tienen a nadie que en este día las recuerde...
Sin
duda, porque así nuestra fe nos lo dice, creemos que los que se nos fueron, no
han muerto, siguen viviendo con las potencias de su alma: memoria,
entendimiento y voluntad, y por lo tanto su amor sigue haciéndolos estar cerca
de nosotros para cuidarnos y guiarnos con más plenitud y profundidad que como
lo pudieron hacer aquí en su vida terrena. La vida no termina al separarse el
alma de su envoltura... no morimos nos transformamos y el amor perdura por
siempre, eternamente. MEdeA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario