The
Simpson me hace pensar en cómo me veo, o en cómo me ven, en lo ridículas que
pueden ser algunas de las posturas que tomamos como fundamentales.
No
hay que perder el código de lenguaje de la caricatura, que parte de un
presupuesto: nada de esto existe, no existe Homero, ni Bart, ni Maggie, y si no
existen ellos, no existe ni lo que dicen ni lo que hacen. Pero el lenguaje de
la caricatura es también un lenguaje de espejo, como esos de feria, que abulta
lo flaco, reduce lo gordo, levanta lo bajito y achaparra lo altote.
Cierto
que lo gordo no es flaco, pero lo flaco te dice que en ese espejo hay un gordo.
Así es la caricatura. Lo que sucede en el mundo de los Simpson, en medio de una
simpática irreverencia, sucede en la vida; sólo que nos faltan ojos para verlo
de esa manera, en un nivel sencillo, donde todo es importante, precisamente
porque no es solemne.
Algunos
dirán que se ve mal que se pinte a Homero como un papá comilón, irresponsable,
casi adolescente, con acta de nacimiento antigua. Pero cada vez veo más Homeros
en mi alrededor a la hora de educar a sus hijos, de sacar adelante sus
matrimonios o de planear y ejecutar su responsabilidad laboral, social y
política. Sólo que la cara no se les ve amarilla y no sé si les gusten las
donas (donuts). Otros dirán que Bart es un incitador al terrorismo familiar.
Pero yo cada vez me encuentro con más jóvenes que, hartos de ser realistas, se
fugan a paraísos de frustración, a los que casi nunca se escapa el joven Bart.
Lo
que hacen los Simpson es atreverse a preguntar por el sentido y la calidad de
la vida con la que nos hemos conformado. Los Simpson nos invitan a preguntarnos
por la persona humana que está detrás de cada uno de los muñecos amarillos.
¿Qué es el ser humano? ¡No me digas que es eso que estoy viendo! Porque si eso
es el ser humano, algo tiene que cambiar. Porque si eso es la sociedad, algo
tiene que cambiar. Porque cuando nuestra vida es el espejo de Homero Simpson
algo tiene que moverse.
El
mundo de Homero es un mundo sin fáciles ilusiones, con un realismo escéptico,
que no solo llama a la reflexión, sino también a la solidaridad entre los
humanos, para enfrentar juntos el difícil camino que se nos echa encima. Y un
mundo realista y solidario es un mundo muy cristiano. Si no, que se lo
pregunten a Jesús, que además de vivir su vida como hijo de un artesano, enseñó
que a Dios le interesa más la misericordia que los sacrificios, y que de nada
le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma. CS
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