Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir
sobre las nubes del cielo a uno como hijo de hombre, que se llegó al anciano de
muchos días y fue presentado ante éste. Le fue dado el señorío, la gloria y el
imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es
dominio eterno que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá
(Dan 7,13-14).
Cuando el Profeta pide la explicación de esta
visión, obtiene la siguiente respuesta: Después recibirán el reino los santos
del Altísimo y lo poseerán por siglos, por los siglos de los siglos… Entonces
le darán el reino, el dominio y la majestad de todos los reinos de debajo del
cielo al pueblo de los santos del Altísimo (Dan
7, 18. 27). El texto de Daniel, contempla a una persona individual y al
pueblo. Señalemos que lo que se refiere a la persona del Hijo del hombre, se
vuelve a encontrar en las palabras del Ángel en la anunciación a María:
Reinará… por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc 1,33).
Por eso, cuando Jesús utiliza el título ‘Hijo del
hombre’ para hablar de Sí mismo, recurre a una expresión proveniente de la
tradición canónica del Antiguo Testamento, presente también en los libros
apócrifos del judaísmo. Pero conviene notar, sin embargo, que la expresión
‘hijo de hombre’ (ben-adam) se había convertido, en el arameo de la época de
Jesús, en una expresión que indicaba simplemente ‘hombre’ (bar enas). Por eso,
al referirse a Sí mismo como ‘Hijo del hombre’, Jesús logró casi esconder, tras
el velo del significado común, el significado mesiánico que tenía la palabra en
la enseñanza profética. Por tanto, Jesús usa este término para referirse
a Sí como Mesías, aunque sus oyentes pensaban que sólo decía que era
verdaderamente ‘hombre’. Jesús decía, pues, algo más de lo que algunos de ellos
creían entender, aunque estaba al alcance de los letrados que debían
identificarlo como Mesías, a quienes principalmente iba dirigida su enseñanza. MAF
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