Las
personas, por lo que sea, nos dejamos seducir rápidamente por los sucesos
extraordinarios. ¿Qué tiene el espectáculo que tanto atrae? Pues eso:
espectacularidad, morbo. Nos deslumbra todo aquello que, aparentemente, está
fuera de lo común.
1.
-En el Evangelio de hoy, en la memoria de muchos, sigue viva la multiplicación
de los panes. Sus bocas todavía permanecían abiertas ante el milagro: ¡hubo pan
para todos! Pero, Jesús, era consciente de que aquella amistad que le
brindaban, no era del todo sincera. Era un tanto interesada.
Siempre
recuerdo aquel viejo refrán: “el amigo bueno es como la sangre, acude a la
herida”. Jesús, como buen amigo, había acudido en socorro de los que tenían
hambre material. Pero no quería que se quedasen en el aquel milagro. Para
Jesús, el milagro, seguía siendo palabra. Una buena catequesis, una dinámica
para despertar la fe en aquellos corazones cerrados a Dios. ¿Lo entendieron así
aquellos estómagos agradecidos? ¿Buscaban a Jesús por la fuente de sus palabras
o porque les colmaba de pan? ¿Amaban a Jesús por el Reino que traía entre sus
manos o porque les había llenado de alimento sus manos abiertas?
También
a nosotros, queridos amigos, el Señor nos interpela en este domingo. ¿Por qué
le buscamos? ¿Porque en algunos momentos nos ha confortado en nuestra soledad?
¿Porque, tal vez, ha sido bálsamo en horas amargas o en momentos de pruebas?
¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué y para qué venimos a la Eucaristía de cada
domingo? Sería bueno, amigos, un buen examen de conciencia: ¿qué es Cristo para
mí?
2.
- La Iglesia, en estos momentos, también tiene el mismo problema que sufrió
Jesús en propia carne. Hay muchos que, lejos de verla como un signo de la
presencia de Dios en el mundo, la toleran porque hace el bien. Porque soluciona
problemas. Porque llega a los lugares más recónditos del mundo levantando
hospitales, construyendo orfanatos o cuidando a los enfermos de Sida. Pero, la
Iglesia, no desea que sea apreciada por su labor social o humana. Su fuerza, su
orgullo y su poder no está en esas obras apostólicas (que están bien y son
necesarias para calmar tantas situaciones de miseria o injusticias). El alma de
nuestra Iglesia, de nuestro ser cristiano es Jesús. Un Jesús que tan sólo nos
pide creer en Él como fuente de vida eterna. Como salvación de los hombres y de
todo el mundo.
3.-
Hay un viejo canto que dice “todos queremos más y más y más; el que tiene un
euro quiere tener dos; el que tiene cuatro quiere tener seis…..” Y a Jesús,
primero, le pedían pan. Luego le exigían más y, al final, solicitaban de
Cristo, todo, menos lo esencial: su Palabra, su Reino, la razón de su llegada
al mundo.
Que
sigamos viviendo nuestra fe con la seguridad de que, Jesús, sigue siendo el pan
de la vida. Y, sobre todo, que amemos al Señor no por aquello que nos da, sino
por lo que es: Hijo de Dios.
4.- TE BUSCO,
SEÑOR
Aunque
lo haga de una forma equivocada, e incluso, a veces porque me das lo que me
conviene. Pero créeme, Señor, que te busco porque te quiero. Aunque a veces la
cruz me pese demasiado. Aunque, en otros momentos, no entienda en algo o en
mucho tus misterios. Aunque, la vida terrena, me guste más que aquella que en
el cielo me espera.
TE BUSCO,
SEÑOR
No
por lo que me das, aunque me lo ofrezcas. No porque me acompañas, que te lo
agradezco. No porque me iluminas, aunque a veces prefiera vivir en la
oscuridad. Sólo sé, Señor, que te busco. En cada día y en cada acontecimiento.
En la escasez y en la abundancia. En el llanto y en la sonrisa. Cuando las
cosas vienen de frente y, cuando el suelo por debajo de mis pies, se abre en un
peligroso boquete.
TE BUSCO,
SEÑOR
Aunque
mi fe no sea sólida y, a veces, exija pruebas de tu presencia.
Aunque
dude, y a continuación, te dé la espalda y no pueda defenderte. Aunque no
trabaje demasiado por tu causa y por tu Evangelio. Sólo sé, Señor, que no dejo
de buscarte.
Que
no dejo de quererte. Que no dejo de de pensar que, sin Ti, mi vida sea muy
diferente.
Gracias,
Señor. JAP
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