Me
preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado
–incluso algún sacerdote– no asistir a Misa el domingo si ‘no lo sentían’. De
ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la
conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: ‘Si lo sentís, tenéis
el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenéis que ir (o al menos podrías no
ir)’. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los
sentimientos.
Si,
con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no
ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una
carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora
del precepto. Ya se ve, que hay algo que no funciona.
En
efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es
sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.
De
entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder
usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir
ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza,
sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un
largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de
sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué
intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo. De
más está decir que todo este planteo carece de sentido.
Sabemos
qué nos pide Dios en primer lugar: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. No nos
pide buenos sentimientos, sino que amemos ‘con obras y de verdad’.
La
superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la
práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:
•
Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los
asistentes.
•
Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.
•
Desconocer el sentido del deber.
•
Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.
•
Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está
fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan,
difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.
El valor de la Misa
El
consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes
participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento –que sería su única
razón de ser– efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la
asistencia a la misma.
Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho
más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me
sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la
necesito para tener vida eterna.
Preceptos y sentimientos
En
el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto
de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos.
En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir,
que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás
contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia
de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque
no pueden ser medibles objetivamente.
Si
una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad
pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece
cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se
confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos.
Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.
La falta de sentimientos puede ser
ofensiva
En
las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de
deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del
incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del
cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo
impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su
celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia,
la convertirá en un auténtico desprecio.
Me
parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no
lo siente, le resulta más ofensivo. Y le ‘duele’ que no haga ningún esfuerzo
por superar esa falta de sentimiento para estar con Él.
Sería
muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de ‘sentir’:
como si sólo buscara ‘sentirse bien’ y cuando no lo consigue, la abandonara
porque ‘ya no me sirve’. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar
del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien,
sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de
Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El
valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.
A
Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior.
Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.
La solución verdadera
Quizá
sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por
motivos ‘afectivos’: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe,
dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación
de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la
falta de práctica religiosa.
Quienes
están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo
resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la ‘culpa’. Que la
solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor,
vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las
‘soluciones’ posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada.
Nunca ‘gracias’ a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y
sentir más intensamente ese amor.
Quien
ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta
se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus
sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.
Conclusión
Si
faltas a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te
dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos
pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que
le digamos que no sentimos nada por su compañía.
Si
escuchas a alguien razonar de esta manera, decirle que lo piense mejor, porque
es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.
Por
otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía,
será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo
un desafío. EV
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