A pesar de su aparente
inocencia, la parábola de los talentos encierra una carga explosiva.
Sorprendentemente, el “tercer siervo” es condenado sin haber cometido ninguna
acción mala. Su único error consiste en “no hacer nada”: no arriesga su
talento, no lo hace fructificar, lo conserva intacto en un lugar seguro.
El mensaje de Jesús es
claro. No al conservadurismo, sí a la creatividad. No a una vida estéril, sí a
la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo
arriesgado por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo,
sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios.
El gran pecado de los
seguidores de Jesús puede ser siempre el no arriesgarnos a seguirlo de manera
creativa. Es significativo observar el lenguaje que se ha empleado entre los
cristianos a lo largo de los años para ver en qué hemos centrado con frecuencia
la atención: conservar el depósito de la fe; conservar la tradición; conservar
las buenas costumbres; conservar; la gracia; conservar la vocación...
Esta tentación de
conservadurismo es más fuerte en tiempos de crisis religiosa. Es fácil entonces
invocar la necesidad de controlar la ortodoxia, reforzar la disciplina y la
normativa; asegurar la pertenencia a la Iglesia... Todo puede ser explicable,
pero ¿no es con frecuencia una manera de desvirtuar el evangelio y congelar la
creatividad del Espíritu?
Para los dirigentes
religiosos y los responsables de las comunidades cristianas puede ser más
cómodo “repetir” de manera monótona los caminos heredados del pasado, ignorando
los interrogantes, las contradicciones y los planteamientos del hombre moderno,
pero ¿de qué sirve todo ello si no somos capaces de transmitir luz y esperanza
a los problemas y sufrimientos que sacuden a los hombres y mujeres de nuestros
días?
Las actitudes que hemos
de cuidar hoy en el interior de la Iglesia no se llaman “prudencia”, “fidelidad
al pasado”, “resignación”... Llevan más bien otro nombre: “búsqueda creativa”,
“audacia”, “capacidad de riesgo”, “escucha al Espíritu” que todo lo hace nuevo.
Lo más grave puede ser
que, lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la parábola, también nosotros
creamos que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud
conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal
quehacer de la Iglesia hoy no puede ser conservar el pasado, sino aprender a
comunicar la Buena Noticia de Jesús en una sociedad sacudida por cambios
socioculturales sin precedentes. JAP
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