Venid, benditos de mí Padre, a tomar posesión del Reino de los Cielos.
Las palabras más bellas que pueda Dios decir a una criatura son ésas:
‘Venid’: la invitación personal a acercarnos sin temor; venid a mi mesa, venid
a mi huerto, entrad en mi amistad.
“Benditos de mí Padre”: Tener la bendición de Dios en la vida es la
máxima seguridad, porque esa bendición transforma tu vida entera en una amorosa
felicidad.
“A tomar posesión del Reino de los Cielos”: Te daré la mitad de mi Reino,
te doy mi Reino, se nos dice aquí; el Reino de Dios, ¡qué grande es, qué
hermoso es, qué tuyo es! Aquí tienes la llave, pequeño príncipe del gran Reino.
Te sonaba muy exigente el precio, porque te hablaban de cruz y renuncia, y
ahora que eres dueño del castillo, ¿qué opinas? ¿Barato, muy caro, inefable?
‘Juego de niños’, dijo uno del precio, cuando se lo mostraron, aunque lo
maltrataron como a un mártir, y apostó por ese Reino; nadie se lo pudo
arrebatar.
¿Por qué luchas en la vida? ¿Por qué te matas y trabajas y oras? ¡Qué
rico eres y qué rico vas a ser, cuando te entreguen las llaves de un Reino
eterno! Tienes que saber esperar y luchar y morir por ese Reino.
Tienes que estar en pie de lucha, debes funcionar con metas, estar hecho
de urdimbre de guerrero.
Disfruta de la lucha también en las artes de la paz, y pelea por la
santidad lo mismo que por ganar almas para Dios.
La vida bien entendida es lucha, aventura apasionante, en la que se debe
escalar la alta cima con lo mejor del propio esfuerzo, con todo lo que dé el
alma y las uñas y el corazón.
En marcha pues, luchador; ármate de valor y fuego, de hambre de Dios y
de cumbres: las cumbres te esperan.
Dios te dice desde arriba: Te espero, te he esperado muchos siglos; aquí
te quiero ver, herido, rasguñado, enflaquecido por el esfuerzo, pero entero el
corazón, para darte el eterno abrazo de la victoria. En marcha, luchador, te
esperan las cumbres.
Has caído en mil batallas y ésa es la brecha abierta en tus murallas,
pero hoy es tu fe más grande que todas las derrotas sufridas, y debes surgir de
tus cenizas como el Ave Fénix.
¿Puedes? Si crees, puedes, apoyado en el Dios de los ejércitos.
Está visto que para llegar a santo tienes que pelear mil batallas
pequeñas y grandes, y admitir en el presupuesto también polvo y derrotas; no
será fácil, nunca lo ha sido; por eso solo unos pocos se arriesgan. ¿Quieres
ser de esos pocos?, ¿quieres pagar el precio y correr la aventura de Dios, la
sagrada aventura de los grandes hombres? Te animan otros que tan pobres como
tú, tan miserables como tú, tan nada como tú, supieron llegar. Tú llegarás como
ellos. MdeB
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