La liturgia de estos días nos va hablando de cómo Jesús se va
encontrando cada vez más ante un juicio. Un juicio que Él hace sobre el mundo
y, al mismo tiempo, un juicio que el mundo hace sobre Él. El juicio que el
mundo hace sobre Él se define en la fe, y por eso dirá: “Si no creen que Yo
soy”. Ese juicio, que se define en la fe, es el juicio del hombre que tiene que
acabar por aceptar la presencia de Dios tal y como Él la quiere poner en su
vida, porque mientras el hombre no acepte esto, Jesucristo no podrá
verdaderamente salvarlo.
Cristo es acusado, y por eso dirá: “Cuando hayan levantado al Hijo del
Hombre conocerán lo que Yo soy”. Pero, al mismo tiempo es juez, y es Él mismo
el que realiza el veredicto definitivo sobre nuestro pecado.
El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios
envía a su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención
a través del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz. Esto es para nosotros un motivo de seria reflexión. El darnos cuenta de
que nuestro juicio sobre Cristo es un juicio condenatorio, porque lo llevan a
la cruz.
Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o
no, son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser
levantado y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero, al
mismo tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros.
Jesús dirá: “Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerán que
Yo soy”. Ese “Yo soy”, no es simplemente un pronombre y un verbo, “Yo soy” es
el nombre de Dios. Cuando Cristo está diciendo “Yo soy”, está diciendo Yo soy
Dios.
La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad
de nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que
Dios busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él, de ser
condena se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa el
comportamiento del hombre con su Hijo.
Hay situaciones en las que, por nuestros pecados y por nuestras
debilidades, vivimos en la obscuridad y en la amargura. Parecería que la
expulsión de la comunión con Dios, que produce todo pecado, sería la auténtica
respuesta de Dios al hombre, y, sin embargo, no es así. La auténtica respuesta
de Dios al hombre es la redención. Mientras que el hombre responde a Dios
juzgando, condenando y crucificando a su Hijo, Dios responde al hombre con un
juicio diferente: la redención, el perdón. Pero para eso nosotros necesitamos
ponernos en manos de Dios nuestro Señor.
Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es
Hijo de Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. “Yo soy”,
no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése es Cristo. Por
eso es nuestro redentor. Cristo no es solamente alguien que se solidariza con
nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades; Cristo es, por encima
de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos.
Tenemos urgencia de descubrir esto para hacer de Cristo el primero.
Único y fundamental punto de referencia; criterio, centro y modelo de toda
nuestra vida cristiana, apostólica, espiritual y familiar, para que
verdaderamente Él pueda redimir nuestra vida personal, para que Él pueda
redimir la vida conyugal de los esposos cristianos, para que Él pueda redimir
la vida familiar, para que Él pueda redimir la vida social de los seglares
cristianos, porque si Cristo no se convierte en punto de referencia, no podrá
redimirnos.
Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos
quedarnos simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la
pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo
en la Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la
historia, en el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es
la muerte. Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda
la historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la
humanidad, y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena
en redención.
Seamos capaces de ir cristianizando cada vez más nuestros criterios, de
ir cristianizando cada vez más nuestros comportamientos y de ir haciendo de
nuestro Señor el punto de referencia de nuestra existencia. Que nuestra fe,
nuestra adhesión, nuestro ponernos totalmente del lado de Cristo se conviertan
en la garantía de que nosotros no muramos en nuestros pecados, sino que hagamos
de la condena que sobre ellos tendría que cernirse, redención; y del castigo
que sobre ellos tendría que caer en justicia, hagamos misericordia en nuestros
corazones. CS
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