En la solemne Vigilia
pascual volvió a resonar, después de los días de Cuaresma, el canto del Aleluya,
palabra hebrea universalmente conocida, que significa alabad al Señor.
Durante los días del
tiempo pascual esta invitación a la alabanza se propaga de boca en boca, de
corazón en corazón. Resuena a partir de un acontecimiento absolutamente nuevo:
la muerte y resurrección de Cristo. El aleluya brotó del corazón de los
primeros discípulos y discípulas de Jesús en aquella mañana de Pascua, en
Jerusalén.
Casi nos parece oír
sus voces: la de María Magdalena, la primera que vio al Señor resucitado en el
jardín cercano al Calvario; las voces de las mujeres, que se encontraron con él
mientras corrían, asustadas y felices, a dar a los discípulos el anuncio del
sepulcro vacío; las voces de los dos discípulos que con rostros tristes se
habían encaminado a Emaús y por la tarde volvieron a Jerusalén llenos de
alegría por haber escuchado su palabra y haberlo reconocido «en la fracción del
pan»; las voces de los once Apóstoles, que aquella misma tarde lo vieron
presentarse en medio de ellos en el Cenáculo, mostrarles las heridas de los
clavos y de la lanza y decirles: «¡La paz con vosotros!». Esta experiencia ha
grabado para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia, y también en
nuestro corazón.
De esa misma
experiencia deriva también la oración que rezamos todos los días del tiempo
pascual en lugar del Ángelus: el Regina Caeli El texto que sustituye
durante estas semanas al Ángelus es breve y tiene la forma directa de un
anuncio: es como una nueva «anunciación» a María, que esta vez no hace un
ángel, sino los cristianos, que invitamos a la Madre a alegrarse porque su
Hijo, a quien llevó en su seno, resucitó como lo había prometido.
En efecto, «alégrate»
fue la primera palabra que el mensajero celestial dirigió a la Virgen en
Nazaret. Y el sentido era este: Alégrate, María, porque el Hijo de Dios está a
punto de hacerse hombre en ti. Ahora, después del drama de la Pasión, resuena
una nueva invitación a la alegría: «Gaude et laetare, Virgo María, alleluia,
quia surrexit Dominus vere, alleluia», «Alégrate y regocíjate, Virgen María,
aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya».
Queridos hermanos y
hermanas, dejemos que el aleluya pascual también se grabe profundamente en
nosotros, de modo que no sea sólo una palabra en ciertas circunstancias
exteriores, sino la expresión de nuestra misma vida: la existencia de personas
que invitan a todos a alabar al Señor y lo hacen actuando como «resucitados».
Decimos a María:
«Ruega al Señor por nosotros», para que Aquel que en la resurrección de su Hijo
devolvió la alegría al mundo entero, nos conceda gozar de esa alegría ahora y
siempre, en nuestra vida actual y en la vida sin fin. SS Benedicto XVI
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