Cuando se trata de opinar, siempre nos gusta ser
tomados en cuenta, en el interior pensamos que nuestras ideas son mejores a las
demás, queremos ser escuchados. Esto nos lleva a no tomar en consideración a
los demás, pues no se trata sólo de proponer ideas, sino de considerar los
estados de ánimo, los diversos temperamentos y actitudes de cada persona. Es
por eso que escuchar se convierte en una verdadera virtud cristiana que
consiste en dejarse a uno mismo, dejar las propias ideas, los propios
sentimientos y ánimos del momento para estar dispuesto a acoger las palabras
del prójimo. Escuchar implica callar, y callar implica dejarse a sí mismo,
dejar ese impulso egoísta y natural de querer ser escuchada/o a toda costa.
Así el arte de escuchar se ejercita en todo
momento, con cualquier persona con la que hablamos y sólo si permanecemos
unidos a Cristo podremos ir venciendo en cada momento ese impulso del egoísmo
que nos impulsa a querer imponer ideas u olvidarnos de cómo puede reaccionar el
otro ante mis comentarios. Así el escuchar pasa a ser un apéndice de la
caridad, sólo el que ama a Cristo y por Él a sus hermanos será capaz de
escuchar.
La
Virtud de Callar
Es entonces cuando se aprende a callar por virtud,
por amor al prójimo. El callar no excluye la sana discusión, necesaria siempre
para discernir ante las opiniones, pero cuando dentro están las pasiones se
corre el riesgo de excluir la caridad para hacer prevalecer el propio egoísmo;
se cierra la mente, pero lo más triste, se cierra el corazón.
Callar por amor. Cuánto nos falta aprender esta
virtud tan necesaria hoy en día. Si supiéramos callar por amor, evitaríamos
discusiones innecesarias, críticas mordaces y comentarios hirientes. De esta
manera saber guardar silencio no sólo es cuestión de prudencia, sino de amor
cristiano, es la lucha de vencer el egoísmo y la soberbia cada día, de
imponerse a las pasiones y propios estados de ánimo.
Saber hablar y saber guardar silencio, saber
escuchar y acoger la opinión del prójimo, todas estas actitudes podemos
vivirlas cada día, comenzando con la familia, pero también en la calle, en el
trabajo o la oficina. Saber hablar, callar y escuchar no son sólo virtudes
cristianas, sino que son también humanas, pero si actuamos siempre bajo el amor
de Cristo el esfuerzo realizado toma un valor más trascendente, un valor para
la vida eterna. JS
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