Mártir, 23 de
Octubre
Es en brevedad la vida de un hombre que vivió
siempre al servicio de los demás. Sacerdote ejemplar, dedicado íntegramente a
su ministerio, pasó por esta vida haciendo el bien y esto lo atestigua uno de
sus beneficiarios, yo, hijo de una hermana suya, que al quedar huérfano de
padre, nos acogió en su casa a mi madre y a mí. A los cuatro años fallece mi
madre, al poco tiempo mi abuela materna que vivía con nosotros y quedé solo con
él. Diez años viví en su compañía siendo testigo de su grandeza de alma, de su
bondad para con todos, de su vida austera y de su trabajo intenso, de su labor
callada como apóstol del Evangelio.
Se levantaba todavía de noche para rezar sus
oraciones diarias, luego permanecía en su despacho hasta la hora de la Santa
Misa y de las Confesiones. Por la tarde permanecía asiduamente en su despacho
recibiendo visitas de alumnos, ex alumnos, hermanos de la comunidad, siendo
raro el día que no terminase su labor a las 10 u 11 de la noche.
Mi máxima ilusión consistía en poder salir a pasear
con él por el paseo de la Bonanova en los días de fiesta y dialogar con él.
Cierta tarde me dijo en uno de estos paseos (yo tendría aproximadamente nueve
años): “Mira Joaquín... ¿Sabes cuál sería mi máxima ilusión en esta vida?, pues
sería la de darla por Jesucristo, siendo mártir, dando la vida por El”.
Aquellas palabras quedaron grabadas en mi corazón y
fueron como una premonición de lo que ocurriría año y pico más tarde.
En la tarde del 23 de Octubre de 1.936, llegan a
casa de su hermana Aurelia en Valencia (donde nos habíamos refugiado mi tío y
yo), tres hombres con fusil. Preguntan por él y se manifiesta sacerdote de
Jesucristo elevando sus ojos al cielo. Se lo llevan y entre mofas e insultos es
asesinado a tiros camino del Saler. Su cuerpo y su rostro quedan acribillados a
balazos, pero su alma Santa sube al cielo para ocupar un puesto junto a
Jesucristo al que tanto había amado en vida.
Ha sido beatificado en Roma y si yo como testigo de
su vida, tuviera nuevamente de manifestar quién fue él; diría que fue un alma
que pasó por este mundo haciendo el bien, viviendo humildemente, siendo el paño
de lágrimas de toda la familia y de cuantos necesitaron de su consejo.
En fin, fue un sacerdote católico que vivió para el
Evangelio y para ser testigo de Jesucristo aquí en la tierra.
Estoy convencido que desde el cielo intercederá por
nosotros y que se cumplirá lo que un día dijo Tertuliano: “La sangre de los
mártires es semilla de nuevos cristianos”.
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