El cambio fundamental al que nos llama Jesús es claro. Dejar de ser unos
egoístas que ven a los demás en función de sus propios intereses para atrevemos
a iniciar una vida más fraterna y solidaria. Por eso, a un hombre rico que observa
fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en su propia
riqueza, le falta algo esencial para ser discípulo suyo: compartir lo que tiene
con los necesitados.
Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado
para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino
para hacernos hermanos. Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la
transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo
último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es
crear fraternidad. El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con
los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar
decisivamente a la humanidad hacia su salvación.
El hombre más logrado no es, como a veces se piensa, aquel que consigue
acumular más cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más
fraterna. Por eso, cuando alguien renuncia poco a poco a la fraternidad y se va
encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del
amor, termina fracasando como hombre.
Aunque viva observando fielmente unas normas de conducta religiosa, al
encontrarse con el evangelio descubrirá que en su vida no hay verdadera
alegría, y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel
hombre que «se marchó triste porque era muy rico».
Con frecuencia, los cristianos nos instalamos cómodamente en nuestra
religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin buscar ningún
cambio decisivo en nuestra vida. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a
nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos
deja tristes y sin consuelo verdadero.
Ante el evangelio nos hemos de preguntar sinceramente si nuestra manera
de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de
quien busca solo acumular. Si no sabemos dar de lo nuestro al necesitado, algo
esencial nos falta para vivir con alegría cristiana. JAP
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