Obispo y Mártir, 27 de
Abril
Elogio: En Jerusalén,
conmemoración de san Simeón, obispo y mártir, que, según la tradición, era hijo
de Cleofás y pariente del Salvador según la carne. Ordenado obispo de Jerusalén
después de Santiago, el hermano del Señor, en la persecución bajo el emperador
Trajano fue sometido a varios suplicios, hasta que, ya anciano, murió en la
cruz.
En el Nuevo
Testamento se nombra, con completa naturalidad, cierto conjunto de «hermanos y
parientes» del Señor. Ya vemos cómo, en Mateo 13, la gente de su pueblo los
conoce, o cómo en Marcos 3 Jesús opone el parentesco aparente de la carne, al
auténtico de la fe; los vemos en Hechos 1 reunidos con los Apóstoles en oración
y comunión, y presumiblemente, recibiendo también el Espíritu, e incluso
conocemos un hermano muy prominente en la primera Iglesia -tanto que la
tradición posterior no se resistió a confundirlo con un apóstol-: Santiago, el
hermano del Señor, jefe de la Iglesia de Jerusalén. La mención de estos parientes
era tan natural a quienes habían convivido con Jesús, que muy poco se ocuparon
de dejar en claro qué posición ocupaban en la genealogía de Jesús, y sólo de
unos pocos, apenas cuatro, nos dejaron su nombre: Santiago, José, Simeón y
Judas (Mt 13,55). ¿Se trata de hermanos carnales? podrían serlo, a través de un
primer matrimonio de José; ¿se trata de primos hermanos? es verdad que la
palabra griega que se usa (adelphós) quiere decir claramente ‘hermanos’, pero
podría estar traduciendo el concepto arameo de «'ajá», que significa «hermano»,
pero de tal manera que puede abarcar con naturalidad también a los primos.
Sea como sea
la explicación, en algún momento, hacia fines del siglo I, la predicación
cristiana se comenzó a sentir incómoda por esta referencia: había que poder
«controlar» el dato, saber mejor a qué información se refería. Comenzó un
complejo trabajo, en gran medida inconsciente y no relacionado sólo con este
aspecto, de armonización de los datos que «no cerraban». Un trabajo de tal
eficacia que ha atravesado casi 1800 años, y recién se ha puesto en duda la
solidez de esa información a partir del siglo XIX; y hay que decir que en parte
de la predicación popular actual aun se le sigue dando crédito como si esas
armonizaciones surgieran con naturalidad del Evangelio o ayudaran a
comprenderlo mejor.
Dentro de esos
datos armonizados están, como no, los pocos que conocemos sobre este Simeón,
«segundo obispo de Jerusalén, y hermano del Señor». Se dice de él que era hijo
de Cleofás (o Clopás), hermano de san José, ¿por qué? Porque en Marcos 15,40 se
dice: «Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María
Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé» Ahora
bien, en Juan 19,25 se dice que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la
hermana de su madre, María, mujer de Clopás...», por tanto, esta madre de
Santiago y Joset debe ser la mujer de Clopás, además de tía de Jesús por parte
de su madre. Pero si en la lista de Mt 13,55 nombraba a Santiago y Joset junto
con Simeón y Judas, entonces podemos deducir que Simeón y Judas son hijos de
Clopás... ¿podemos afirmar entonces que es hijo de Cleofás? sí, claro, podemos
afirmarlo, pero habremos de reconocer que el argumento es un tanto débil,
podría ser hijo de media Galilea sin que nosotros llegáramos a enterarnos. Y ni
hablemos de cuando a estos escuetos datos se comienzan a sumar las fantasías
sin límites de los apócrifos.
En realidad
deberíamos aceptar la «ascesis de cotilleo» que nos propone el Nuevo
Testamento, y no lanzarnos a inventar sobre los personajes lo que no han
querido consignar los que fueron testigos directos del entorno de Jesús. Más
bien el conocimiento que nos propone el Nuevo Testamento nos puede servir no
para enterarnos de algo tan inútil como si Simeón es hermano por vía de José o
primo por vía de Cleofás, sino para darnos cuenta que la realidad de la Iglesia
del primer siglo fue muy compleja, más de lo que imaginamos, y que junto a los
elegidos por Jesús -los que resumimos en la mención de «los Doce»- también
tenían fuerza y palabra ese impreciso grupo de «parientes del Señor» que
durante unos años disputaron con los apóstoles por lo que debía considerarse la
sucesión correcta en la dirección de la Iglesia.
Tal fuerza
habrá tenido este grupo de parientes -aunque no sobrevivió al fin del siglo
primero- que la tradición recuerda vagamente que la Iglesia de Jerusalén estaba
en manos de ellos: primero a través de Santiago, el hermano del Señor, y,
muerto éste, quizás hacia el 66, a través de Simeón, el santo que hoy
conmemoramos. Este detalle no viene en Hechos de los Apóstoles, pero nos llega
por medio de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, quien en III, 11
dice: «Tras el martirio de Santiago y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la
tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los
apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos
con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues
muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser
juzgado digno de la sucesión de Santiago, y por unanimidad todos pensaron que
Simeón, el hijo de Clopás (a quien también menciona el texto del Evangelio),
merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador,
pues Hegesipo cuenta que Clopás era hermano de José.»
Este mismo
Hegésipo que menciona Eusebio como fuente, transmite el dato -que el mismo
Eusebio recoge- de que Simeón murió martirizado a edad muy avanzada, ciento
veinte años, en una persecución romana a los judíos descendientes de David
(entre los cuales, por supuesto, están los parientes del Señor), persecución
cuya única noticia histórica es ésta. De todo esto concluye Eusebio:
«Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor,
tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María
de Clopás, el cual, como ya mostramos, era su padre.» (III, 32).
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