Todos
solemos contemplar con admiración a las personas, las familias o las
instituciones que están basadas en principios sólidos y hacen bien las cosas.
Nos admira su fuerza, su prestigio o su madurez, y habitualmente nos
preguntamos: ¿Cómo lo logran? Tendría que aprender a hacerlo así. Lo malo es
que muchas veces buscamos un consejo que sea una solución rápida y milagrosa a
nuestros problemas, como si fuera todo cuestión de una especie de sencilla
cosmética de los valores.
Al calor
de ese afán humano por los remedios rápidos, ha surgido en los últimos años una
extensa literatura dedicada a la efectividad personal, que a menudo parece
ignorar el proceso natural de esfuerzo y desarrollo que la hacen posible. Es el
esquema del «hágase rico en una semana», «aprenda inglés sin esfuerzo», «cómo
ganar un montón de amigos», «cómo causar buena impresión», etc. Lo habitual es
que proporcionen una serie de consejos más o menos eficaces para solucionar
problemas superficiales, pero dejen de lado las cuestiones de fondo.
Sin
embargo, desde los filósofos griegos hasta nuestros días, los autores que han
estudiado seriamente la búsqueda humana de las claves del vivir con acierto, se
han centrado básicamente en los esfuerzos que el hombre hace por integrar
profundamente en su naturaleza ciertos principios y valores como la honestidad,
la justicia, la generosidad, el esfuerzo, la paciencia, la humildad, la
sencillez, la fidelidad, el valor, la mesura, la lealtad, la veracidad, etc. Y
no como una cuestión cosmética sino profunda, que busca cambiar por dentro a la
persona, constituir hábitos y rasgos que conformen con hondura el propio
carácter.
Podría
compararse a las labores del campo. De la misma manera que sería ridículo
olvidarse de sembrar en primavera, holgazanear luego durante todo el verano, y
pretender al final acudir afanosamente en otoño a recoger la cosecha..., por la
misma razón, no se puede pretender cosechar una vida lograda sin haber puesto
previamente los medios necesarios.
El campo, como
la vida humana, es un sistema natural. Uno hace el esfuerzo, el proceso natural
sigue su curso y —aunque el proceso esté expuesto a incertidumbres— lo normal
es que se coseche lo que se siembra. Y, desde luego, si no se siembra, si el
campo no se trabaja, lo normal es que no se recojan más que malas hierbas.
En la mayoría
de las interacciones humanas breves, se puede salir del paso mediante técnicas
superficiales que dan resultado a corto plazo. En esas estrategias se centran
los autores que antes hemos mencionado. Y ciertamente se puede lograr producir
una impresión favorable en otras personas mediante el encanto y la habilidad
personales, o mediante cualquier técnica de persuasión, pero esos rasgos
secundarios no tienen ningún valor en relaciones personales prolongadas.
Puedes
producir de modo ficticio una buena imagen en un encuentro o un trato más o
menos ocasional, pero difícilmente podrás mantener esa imagen en una
convivencia de años con tus hijos, tu cónyuge, tus compañeros o tus amigos. Si
no hay una integridad personal profunda y un carácter bien formado, tarde o
temprano los desafíos de la vida sacan a la superficie los verdaderos motivos,
y el fracaso de las relaciones humanas acaba imponiéndose sobre el efímero
triunfo anterior.
Hay personas
que presentan una imagen exterior de cierta categoría personal, y logran
incluso un considerable reconocimiento social de sus supuestos talentos, pero
carecen en su vida privada de una verdadera calidad humana. Pienso que antes o
después, y de modo inevitable, esa mezquindad personal se traslucirá en su vida
social y en todas sus relaciones personales prolongadas. AA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario