Texto del
Evangelio (Jn 19,25-27): Junto a la
cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a
quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al
discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa.
«Aquí tienes a tu madre»
Comentario:
Fr. Alexis MANIRAGABA (Ruhengeri, Ruanda)
Hoy hacemos memoria de María, Madre de la
Iglesia. En este sentido, contemplamos la maternidad espiritual de María en
conexión con la Iglesia que es —en sí misma— Madre del Pueblo de Dios, pues
«nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre» (San Cipriano). María es Madre del
Hijo de Dios y a la vez Madre de aquellos que aman a su Hijo y los
‘bien-amados’ de su Hijo, en conformidad con aquel «Mujer, aquí tienes a tu
hijo; discípulo: Aquí tienes a tu madre» (Jn
19,26-27), tal como dijo Jesús. Entregando su cuerpo a los hombres y
devolviendo su espíritu a su Padre, Jesucristo incluso dio sus amigos a su
Madre.
Y el amor más grande es aquel con el que Jesús
ama a la Iglesia (cf. Ef 5,25), a la
que pertenecen sus amigos. Por lo tanto, los hijos adoptados por Dios no pueden
tener a Jesús por hermano si no tienen a María como Madre porque, mientras
María ama a su Hijo, ama a la Iglesia de la cual Ella es miembro eminente. Lo
que no significa que María sea superior a la Iglesia, sino que Ella es «madre
de los miembros de Cristo» (San Agustín).
El Concilio Vaticano II añade que María es
«verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor
a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza
(Jesús)». Además, permaneciendo en medio de los Apóstoles en el Cenáculo (cf. Hch 1,14), María —Madre de la
Iglesia— recuerda la presencia, el don y la acción del Espíritu Santo en la
Iglesia misionera. Al implorar al Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia,
María ora con la Iglesia y ora por la Iglesia, porque «asunta ya en la gloria
del cielo, acompaña y protege a la Iglesia con su amor maternal» (Prefacio de la misa “María, Madre de la
Iglesia”).
María cuida a sus hijos. Podemos, pues, confiarle
toda la vida de la Iglesia, como hizo el papa san Pablo VI: «¡Oh, Virgen María,
augusta Madre de la Iglesia, te encomendamos toda la Iglesia y el concilio
ecuménico!».
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