Últimamente,
con mucha frecuencia, se habla de la objeción de conciencia. ¿Y sabemos de qué
se trata y de quién se espera?
Cuando
se pone de moda alguna expresión puede suceder que tenemos una vaga idea del
asunto, pero, por el contexto, sacamos una conclusión aproximada de su
significado, aunque, precisamente por eso, nada exacta y proclive a la
confusión. Otras veces, el uso desgasta el contenido y frases que al principio
tienen mucha fuerza, poco a poco la van perdiendo.
Respecto
a la objeción de conciencia es necesario saber bien su contenido para evitar
caer en cualquiera de los dos casos mencionados pues se trata de un deber imprescindible
en la recta toma de decisiones.
El
diccionario define a la objeción como el inconveniente a un plan o idea. Esto
advierte que, en cualquier propuesta, siempre cabe una limitación y ésta
provoca una carencia más o menos grave. Sin embargo, la objeción no es una
actitud visceral, contestataria o antitética por sistema. Manifiesta la
gravedad del inconveniente que imposibilita la rectitud de cualquier actividad
vinculada.
La
palabra conciencia proviene de dos vocablos latinos: conscire y conscientia, el
primero significa con conocimiento, el segundo tener ciencia. Dos aspectos de
la inclinación natural de toda persona a investigar y a captar la composición y
la aplicación de las cosas. Expresa el poder de conocer y de reflexionar. La
conciencia implica una relación entre el sujeto cognoscente y el objeto por
conocer. Aquí aparece una conveniencia o inconveniencia en la oportunidad de la
relación o en la moralidad del modo de aplicar el conocimiento.
Conciencia psicológica y conciencia moral
Se
puede hablar de la conciencia psicológica y de la conciencia moral. La primera
hace referencia a la capacidad de darse cuenta de lo percibido, y no se trata
de la función de un simple espejo o pantalla donde se imprimen una serie de
imágenes, sino de una operación propia del ser humano en donde lo experimentado
se reexperimenta, es algo así como revivir lo vivido con la intención de
evaluarlo, disfrutarlo, analizarlo, compararlo, etcétera. Por tanto, es una
operación de la mente sobre un hecho vivido. La conciencia es el espacio
interior donde se realiza la reflexión. La conciencia se podría asemejar al
rincón donde el niño guarda sus tesoros y se esconde allí, en solitario, para
disfrutarlos sin que un extraño los profane con una apreciación superficial.
La
conciencia moral incorpora a la conciencia psicológica un juicio práctico para
evaluar la moralidad de las acciones. Por ella se juzga la cercanía o lejanía
con el bien, es la norma subjetiva de la moralidad, allí la interiorización de
la norma objetiva alcanza su plena eficacia. Esto explica la natural tendencia
a buscar lo bueno y a calificar las acciones. El ser humano tiene la dimensión
moral integrada a lo más íntimo de su existencia. Ese juicio práctico es el
resultado de la calificación dada a un suceso a partir de los principios
universales que todos tenemos grabados. Por ejemplo: busca el bien, evita el
mal.
El
problema se presenta cuando alguien distorsiona el bien, esto sucede si una
persona magnifica su propio bien e impide el bien de los demás. El auténtico
bien ha de ser para uno y para todos. También se puede desfigurar el bien a
causa de la ofuscación provocada por los hábitos malos y así se pierde la
claridad para reflexionar adecuadamente, se impone el juicio propio, se rompe
la capacidad de dialogar con los primeros principios, y se justifican las
acciones de manera visceral.
Por
lo tanto, la conciencia tiene valor normativo cuando hay certeza y verdad. La
certeza es incompatible con la duda, en la certeza la persona tiene seguridad
de lo que va a hacer porque hay nitidez para descubrir el bien. La verdad
consiste en la conformidad del juicio práctico interno con la norma moral
objetiva expuesta en el Decálogo. La conciencia cierta y verdadera se cultiva
con el ejercicio de las virtudes. Cuanto más prevalezca la conciencia recta,
mejores serán las personas y los grupos sociales.
Los
sabios explican que la ley moral inscrita en el corazón de cada persona es uno
de los argumentos para afirmar su dignidad. Esta ley, custodiada en la
conciencia, hace a la misma conciencia el núcleo central donde cada uno puede
escuchar, a solas, la voz de Dios. Este preámbulo facilita comprender la objeción de
conciencia. Por ella se entiende la resistencia que presenta la conciencia, por
fidelidad a sus convicciones morales, a la ley u orden injusta que la autoridad
pública impone. Las formas de objeción de conciencia son tan variadas como
abusos pueden darse por la autoridad.
La
objeción de conciencia responde a la afirmación del deber de obedecer a Dios y
no a los hombres desorientados. Y, en la conciencia cierta y verdadera, se
escucha la voz de Dios. El mayor inconveniente en cualquier objeción está
precisamente en la discrepancia entre la voz de los hombres con la de Dios.
El
respeto a la conciencia se espera, sobre todo, de quienes tienen la
responsabilidad del orden social y de aquellas personas cuya profesión esté
vinculada directamente con la vida humana. En el primer caso, se trata de los
gobernantes de los países o de las provincias, de los directivos de cualquier
institución, de los legisladores. En el caso de los profesionistas, están los
maestros que alimentan la vida interior de sus educandos, los sociólogos, los
economistas y otros encargados del bienestar de los grupos sociales.
Merecen
mención especial los médicos. Tienen la gran responsabilidad de juzgar los
adelantos científicos en beneficio de la salud, del respeto y la conservación
de toda vida humana. De ellos se espera la capacidad de descubrir los
inconvenientes encubiertos en cualquier investigación errada. Su objeción de
conciencia es la armadura que hace fuertes a sus pacientes. ATLdeL
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