Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): En aquellos
días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en
cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e
Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la
madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
«¡Feliz
la que ha creído!»
Comentario: Rev. D. Àngel
CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
Hoy, el texto del
Evangelio corresponde al segundo misterio de gozo: la «Visitación de María a su
prima Isabel». ¡Es realmente un misterio! ¡Una silenciosa explosión de un gozo
profundo como nunca la historia nos había narrado! Es el gozo de María, que
acaba de ser madre, por obra y gracia del Espíritu Santo. La palabra latina
‘gaudium’ expresa un gozo profundo, íntimo, que no estalla por fuera. A pesar
de eso, las montañas de Judá se cubrieron de gozo. María exultaba como una
madre que acaba de saber que espera un hijo. ¡Y qué Hijo! Un Hijo que
peregrinaba, ya antes de nacer, por senderos pedregosos que conducían hasta Ain
Karen, arropado en el corazón y en los brazos de María.
Gozo en el alma y en
el rostro de Isabel, y en el niño que salta de alegría dentro de sus entrañas.
Las palabras de la prima de María traspasarán los tiempos: «¡Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» (cf. Lc 1,42). El rezo del Rosario, como
fuente de gozo, es una de las nuevas perspectivas descubiertas por San Juan
Pablo II en su Carta apostólica sobre El Rosario de la Virgen María.
La alegría es
inseparable de la fe. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). La alegría de Dios y de María
se ha esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe
a la acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño,
con Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los
caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos,
un cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con
Dios y el servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que
impida que haya una solución de continuidad entre una cosa y otra.
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